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Lugares de Ramón Gaya (Murcia)
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 Article publié le 14 avril 2024.

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El sábado por la mañana voy a la Plaza del Reloj con Ramón Gaya. He leído antes en casa uno o dos largos poemas de Yannis Ritsos, y por la noche leí otro. Poemas magníficos. Que me acompañan. Pero ya no hace tanto frío y arrincono el abrigo más recio y de invierno, y en el que cojo, más ligero, de ningún modo me cabe en el bolsillo el grueso volumen con los poemas de Ritsos. Sí, en cambio, aunque justo, el volumen con la Obra completa de Ramón Gaya. Que también es grueso, pero de un formato más reducido, y por esto me cabe en el bolsillo del abrigo. Y voy así a la Plaza del Reloj con Ramón Gaya. Porque quiero leerlo estos días, y puedo empezar allí, en esta plaza esta mañana. Llego y pido un café. Saco el libro de Ramón Gaya y lo abro al azar. Un profesional del mundo del libro me decía una vez que siempre que abrías un libro te salía la errata que se había escapado. Que era inevitable y siempre pasaba así. A la vez recuerdo aquella respuesta de Borges cuando le preguntaron qué pensaba de las erratas y le oí referir a Juan Goytisolo cuando yo era adolescente en la Universidad de mi ciudad, y en la que el poeta argentino afirmó que eran su única esperanza. Lo digo y recuerdo, ambas cosas, porque me parece que al abrir al azar el libro éste ha quedado abierto por un lugar que tenía en estos momentos algo de inevitable, pero que no hay en ello error sino que lo veo y siento como una esperanza. Abro el libro y me encuentro con el texto titulado “Merced, 22”, y que está dedicado a Murcia, como veo en sus primeras palabras -que son : “¡Hace cincuenta años ! ¡Medio siglo ! Murcia era entonces, todavía, Murcia, concentradamente Murcia”. Que el libro de Ramón Gaya haya quedado abierto en esta página lo siento una esperanza porque es un principio y tiene de principio. Estoy en un lugar querido para mí, al que iba a menudo con mi madre, y del que he escrito y en el que he escrito (así sale cómo a él íbamos, mi madre y yo, en el libro que se ha publicado ahora de Venecia). En el que he leído -como hoy a Ramón Gaya-, y forma parte de nosotros. En el que nos hemos fijado cuando lo hemos visto aparecer en alguna película o libro. Lo recordaba el otro día, que el protagonista de la película Otra vez España viene a esta plaza, en busca de su amor y su pasado, una plaza que no se ve mucho pero nosotros -mi madre y yo- enseguida adivinamos. Lo recuerdo quizá porque va justo a este lado de la plaza en que estoy -allí el bar que busca, y en el que le conocen y alguna razón le dan-, y recuerdo también que mi madre me dijo, en relación al protagonista de la película y cómo actuaba, al hacerle algún comentario yo, con su observación siempre fina, acertada, que se ve que sufre. Sí, así se veía. Aquí llegaba en esta película su protagonista en busca de respuestas a viejas preguntas y heridas. Aquí, en un lugar nuestro, y que es un lugar de nuestra ciudad, Barcelona. También la evoca el título de este texto -que es, lo he dicho pero lo recuerdo, “Merced, 22”-, porque la Merced es la patrona de Barcelona, su princesa, como se le canta, y hay una gran devoción por ella en esta ciudad. Puede mostrarlo el que mis padres se casaran en esta iglesia, y que yo hiciera la primera comunión en ella. La Merced, Barcelona. Siempre he pensado o quizá mejor sentido que había algo como premonitorio en que Picasso viviera en Málaga en la Plaza de la Merced. Ahora me encuentro indicado el número de la calle o Plaza de la Merced en Murcia y de la que nos va a hablar Ramón Gaya en este texto. Que, como he dicho, es o tiene para mí también algo personal y de principio -para mi madre y para mí, pues es desde su parte que este sentir viene, y que sea así. Ya me explicaré, pero ahora leo y siento a Murcia en las palabras que sobre ella escribe Ramón Gaya en este texto. Nos dice en él el poeta, pintor y escritor del 27 : “¡Hace cincuenta años ! ¡Medio siglo ! Murcia era entonces, todavía, Murcia, concentradamente Murcia. Cada lugar de España era entonces todavía él, muy él y ningún otro, es decir, cada sitio era un sitio único, singular, y no sólo por su carácter y fisonomía diferentes, sino por su… sustancia, por su solitaria sustancia. España, la invertebrada España, era, pues, entonces, como un tapiz muy rico y muy apretado de… “soledades juntas”.Pero así como ser Córdoba -o ser Toledo, o ser Valencia- era ser una singularidad bastante dibujada, ser Murcia era ser una singularidad mucho más imprecisa, más misteriosa, más secreta, más fina (sí, más fina), más inefable, más indecible, más invisible. Eso, eso tan propio, tan recóndito, tan inexpresable en que consistía ser, sencillamente, Murcia, ser ella y ninguna otra ciudad o cosa, la verdad es que… no ha desaparecido, o no ha desaparecido del todo, pero cada día va siendo más difícil de percibir. Yo lo percibo aún, y cuando voy a Murcia voy a eso : a percibirlo, a sentirlo, aunque, por otra parte, ignore en absoluto lo que pueda exactamente ser”. Voy a Murcia, al Museo Ramón Gaya. Él y Venecia me congregan. También lo que el pintor ha escrito y ha pintado y lo que yo de su arte he sentido y algo he dicho. Voy a Murcia por un motivo de arte y ligado también a mi escribir y mi poesía, pero es también como decía algo que tiene de principio, y un lugar mío por familia. Abro el libro que contiene todo lo que ha escrito Ramón Gaya en esta plaza a la que tanto he venido con mi madre y aparece una página dedicada a Murcia. Aparece de modo casual -o no. Desde luego de modo impensado. Quizá porque es el principio. Quería volver a leer a Ramón Gaya, y leer lo que haya escrito sobre Murcia. Y otras cosas. Porque hay lugares de Ramón Gaya, y que comparto, los lugares de Italia y de Francia -Venecia, Roma, Florencia, París-, y está también México, donde lo recuerda mi amiga la gran escritora Angelina Muñiz-Huberman, del exilio español en México como él, y que conserva los calendarios que allí el pintor ilustraba con sus pinturas, que ella aprecia muchísimo. Lugares de Ramón Gaya, que son lugares de cultura y de arte y lugares también míos. También así Murcia. A la que voy por primera vez. Esto nos dice que va a sentir y buscar cuando él va a Murcia en las palabras que continúan a las que he transcrito : “Ahora, después de los años, cuando cuento con unos días o unas semanas, vuelvo tercamente a Murcia (o a ese sitio en donde estaba aposentada Murcia), no para verla -pues demasiado sé que no queda apenas nada de su corporeidad visible-, ni para recordarla -pues para ello no necesito ir-, sino para tener, una vez más, la ocasión de toparme, materialmente, con esa especie de… hálito suyo, único, inconfundible para mí, aunque, como digo, ignore su identidad ; porque no estoy muy seguro de que eso, eso tan tenue, y tan perenne, tan firme, sea en verdad un hálito ; afinando el oído, se diría más bien como un leve espesor del aire, como una sutil carnalidad del aire, de un aire que no es, desde luego, el aire tierno, suculento, de lo levantino -un cierto Alicante, un cierto Castellón, una cierta Valencia-, porque Murcia no es levantina, ni por otra parte andaluza, como se puede tener la tentación de suponerla, ni tampoco mitad y mitad, como podría pensarse por su situación fronteriza. Todo aquello que lo murciano pueda tener de levantino y de andaluz -que, sin duda, tiene- es más bien un tanto externo, por fuera, y como de pasada, de refilón. Esa preciosa y enigmática sustancia última (o mejor primera) de lo murciano, no es sustancia de nada… regional, pues ni siquiera la encuentro en otros puntos de la provincia misma de Murcia, sino sustancia de “algo” sin región, sin regionalismo, sin levantinismo, sin andalucismo, es decir, sin… carácter, sin esa evidencia caricatural del carácter”. Son unas bellísimas palabras, y que te hacen sentir de algún modo, si te es posible, ese “algo” que hay que entrecomillar por difícil de explicar y de decir. Dije hace mucho tiempo que la Generación del 27 constituyó una época auroral y fundadora : es una manera de decir que es, que fue un principio -y lo que en él fue. Para mí como poeta lo fue, pues acompañó y coadyuvó a mi despertar a la poesía. De esta generación Ramón Gaya, y en su principio, el principio de la Generación tantas cosas en Murcia. En el último párrafo de este bello texto sabemos que la calle y número con que se titula -Merced, 22- responde adonde se encontraba o conocía el Boletín de la Joven Literatura. En Murcia para nuestra poesía y literatura también un principio. Así lo recuerda y dice Ramón Gaya desde la memoria de su juventud y sus comienzos como artista en las palabras finales de este texto : “Era Murcia entonces, como digo, una delicada ciudad polvorienta, de una vigorosa sustancia desvaída. Desde la calle de la Acequia, por detrás del Romea, cruzando la plaza de Santo Domingo -con mis primeros pantalones largos-, yo llegaba, muchas tardes, a Merced, 22. Allí, alguien muy redondo, muy vital, muy alegre, me mostraba -regateando cada cosa, escondiéndola, valorizándola- el material que llegaba de todas partes para el Boletín de la Joven Literatura : unos poemas de Alberti, o de Altolaguirre, o de Prados ; unos aforismos de Bergamín, una prosa de Dámaso Alonso, una pesadez de Chabás, un dibujo de Palencia, las fotografías de unos cuadros de Cristóbal Hall. Vuelto a ver y a leer todo aquello con emoción, me tropiezo, de pronto, con una “Décima” murciana de Jorge Guillén : “El caserío se entiende con el reloj de la torre”, y, más adelante, en otro momento de Verso y Prosa, con la “Elegía” de Luis Cernuda. La verdad es que son dos piezas inamovibles, firmes”.

 

Este texto –“Merced, 22”- está así fechado : España, 1976. El que le precede se titula “De los huertos” y esto indica de lugar y fecha de escritura : España, 1975. Lo leo. Esto dice en su principio : “Nacido -el 10 de octubre de 1910- en una pequeña casa que formaba parte del Huerto del Conde en la Puerta de Orihuela -tan finamente polvorienta y desvaída- no se encontraba, como pudiera pensarse vista desde lejos y un poco desde lo alto (digamos desde Los Garres o el Verdolar), cercada por la huerta o las huertas, sino por los huertos. El huerto no es simplemente una combinación de huerta y de jardín, o sea, algo mezclado, juntado, hecho de dos mitades diferentes, sino algo de una sola pieza, con su misteriosa sustancia propia. Los huertos que rodeaban la ciudad parecían querer amurallarla blanda y tiernamente, marcaban una separación entre lo huertano y lo ciudadano, pero eran también como un enlace suyo : defendían amistosamente lo uno de lo otro. Todo el blanquecino, y fino y vivo polvillo murciano, que parecía elevarse del suelo y como poblar entonces la luz misma -irisándola-, tropezaba y rebotaba en esas tapias, se detenía allí ; dentro, pues, de esos mágicos recintos reinaba otro aire, otro clima. Los huertos no eran en absoluto -como vienen a serlo el jardín o el parque- presumidos lugares de ritrovo, de paseo, de recreo, sino lugares de… vida verdadera, profunda, apretada, intensa, completa”. Y mediado el texto y hasta su final : “Porque todo, en el huerto, vive entrelazado, hermanado, pero sin fundirse, sin confundirse ni emborronarse, sino siendo precisamente lo propio con más fuerza. El huerto no es, como es al fin y al cabo la huerta, un lugar de cultivo, sino de… cultura, es decir, de idealidad carnosa. Un campo, una vega, una huerta, son trozos de naturaleza real, material, aunque trabajada, elaborada : son parte, forman parte de la naturaleza, pero no la significan, no la simbolizan. El huerto, en cambio, es como una imagen suya, de la naturaleza, sin serla propiamente ; el huerto es una imagen… poética, esencial, esencializada, de la vida misma, y por esto quizá entrábamos en él, en ellos -cuando todavía circundaban la polvorienta ciudad de Murcia- como entraríamos en un misterio, en el apretado misterio que es siempre la imagen, toda imagen. No se necesita mucho para comprender que el huerto es una imagen pensativa, sensitiva, del vivir mismo y, sin duda alguna, de origen oriental. De ese fondo oriental inagotable nos llegaba siempre lo que hasta ahora habíamos podido llamar cultura ; si lo pensamos bien y muy despacio, veremos, con cierta sorpresa, que no hay más hilo de cultura que ese vigoroso y fino hilo oriental ; no, no hay, en definitiva, otras raíces de cultura, otras culturas, sino tan sólo múltiples derivados suyos, o… barbarie. Hoy, embebecidos de una barbarie progresista, de un mísero narcisismo infantil y de una imbecilidad ilustrada -que no es posible todavía averiguar de dónde han brotado-, parece que estamos dispuestos a terminar con todo en todo el mundo”. La cultura unida a la naturaleza -a algo que es imagen de ella- y a lo oriental, como en verdad así es y yo siento que así es, y puede sentirse especialmente en el sur, en este sur singular, con un “algo” difícil de definir y que lo distingue, en que nació Ramón Gaya. Al referir instantes o sensaciones especiales de belleza en alguno de sus escritos, según recuerdo ahora, menciona entre ellos alguna de las que se pueden sentir en este sur. El texto anterior, “Huerto y vida”, está fechado en España, 1980. Lo leo. Empieza así : “Siempre que, vuelto hacia mí, reculando en el tiempo, he querido llegar a lo más antiguo y más escondido de la memoria, a ese primer instante de conciencia animal pura que ha de ser, por lo visto, de donde arranque ya toda nuestra vida, desemboco invariablemente en una imagen muy simple : una rama de nisperero recortándose sobre un cielo azul. Eso es todo. ¿Qué hace ahí, en lo profundo, esa rama de árbol sin más ni más ?”. Y nos dice más delante de esa primera imagen o recuerdo -imagen que es primer recuerdo : “pero he sabido siempre muy bien que todas ellas son imágenes posteriores a ésta, tan fija y nítida, de la rama de nisperero ; durante casi setenta años la he conservado, intacta, aunque ignorando su sentido o creyendo tontamente que no lo tenía, que era algo así como una especie de… estampa, la estampa plana de una visión de nadie y sin nadie, caída allí per caso, surgida allí por generación caprichosa, desligada de todo, gratuita, decorativa. Era, desde luego, un error ; digamos, para empezar, que en la realidad no hay nada, no puede haber nunca nada… decorativo, es decir, vacío ; y digamos, sobre todo, que en la realidad no puede darse cosa alguna -por neutra e inexpresiva que se presente- que además de ser ella (esa que aparece y permanece siendo) no venga a descubrirnos y explicarnos otra. Sabemos que las cosas y los seres que buenamente logran salir, subir a la superficie de la realidad, no sólo vienen a ser eso que son, sino que vienen, quizá más aún que a ser, a… decir, a decirnos, a revelarnos significaciones, y no ya significaciones suyas, sino de otras cosas y otros seres”. Insiste y completa después : “Pero todo eso otro vendrá siempre dicho con una voz tan queda -en una voz, diríamos, de imagen, en una voz de metáfora-, en una voz que no es voz, sino visión, casi como una silenciosidad ; se entiende, por lo tanto, que incluso un oído muy atento no acierte a veces a escucharla bien y podamos quedar, de pronto, tranquilamente aposentados en una estupidez que no nos correspondía, que no era nuestra -ya que todos podemos, quizá, disponer de una-, pues aquí se trata muy concretamente de esa estupidez de los listos, de los realistas, de los que piensan que el pan no es más que pan”. Y así continúa y termina el texto : “A esta imagen de la rama de nisperero sobre un cielo azul yo no quería, porque me gustaba así como era, echarle nada encima que la pudiera alterar, emborronar, pero tampoco le arrancaba nada. La había conservado siempre, pero la había inmovilizado. Porque, claro está, las significaciones y los símbolos existen ; y no es sólo que existan algunas veces y en algunas cosas, sino que existen siempre y en todo. Sí, todo lo que existe viene ya, independientemente de su ser, con una significación… dispuesta de antemano, aunque sin dejarse ver ni oír del todo. Hay, pues, que… respetar, esperar y, desde luego, callarnos lo más posible. Hoy, a sesenta y siete o sesenta y ocho años de distancia, me ha parecido entrever y entreoír que esa pasmada imagen de unas hojas era, sencillamente como un pequeño y fresco anticipo del lugar, del sitio exacto de mi nacimiento ; un lugar, un sitio, un punto que parecía, de una manera tan incontestable, ser él -y lo era- ; precisamente siéndolo es como decía ser, también, otra cosa. Este punto único y solo se encuentra aquí, es aquí, pero se encuentra aquí representando la totalidad del mundo real. Yo no puedo estar dentro, aparecer dentro de esa imagen, porque esa imagen no es una imagen, sino la realidad directa y viviente misma, que ya existe cuando yo todavía no existo (existo ya, sin duda, con dos o tres años, para mis padres, pero no para mí), y antes de tener noticia alguna de mí mismo, conciencia de mí mismo, la realidad parece dar un paso, tenderme la mano para que yo -o mejor, ese garabato del ser que aún no soy- tropiece buenamente con ella y pase, sin sentir, a ser real”. Me parece emocionante y a la vez muy natural, como se lo parece al mismo Ramón Gaya, este primer recuerdo o imagen -es ambas cosas. Es muy natural. Que, como nos dice el gran artista del 27, sea una imagen de la naturaleza, la de una rama de nisperero, su primera imagen o recuerdo, lo que dice primero para él la vida y le liga a ella. Porque es un principio y dice un lugar. El lugar del principio, un lugar que es un principio. Y por esto me parece hermosísimo este texto y el recuerdo que dice y cómo glosa y se adentra en sus significaciones. La vida de Elias Canetti, su memoria de ella, empieza con un color, con la sensación de un color. Con una rama de nisperero la de Ramón Gaya. Y esto nos dice muchas cosas. De su vida y su principio, del lugar de su principio.

 

Hay tanto que leer en lo que ha escrito Ramón Gaya -y lo quiero leer. Busco a Murcia y la encuentro en Balcón español. Esto nos dice en el texto que así se titula en él –“Murcia” : “La ciudad no es nada, o mejor, no es nada ella sola, sino en función de su huerta y su cerco de montes ; pero esto, tan sencillo, no es fácil de descubrir y el viajero -el buen viajero- huye precipitadamente de Murcia creyéndola fea y sin interés. Se equivoca. Murcia no es una ciudad para ser visitada, claro, porque está… vacía ; no hay en ella nada monumental, ni siquiera pintoresco, característico, pero cuando logremos verla incrustada en el paisaje, ahogada por el paisaje, dejará de ser la ciudad borrosa, blanquecina, sin color, sin dibujo y plana que vimos al principio. El paisaje que estrecha a Murcia no es, propiamente, un paisaje natural, sino un paisaje creado, ingeniado, hecho. La huerta es toda una geometría puesta sobre el tablero liso del suelo por unos hombres embriagados de matemáticas y que, como buenos orientales, se sirven de líneas y de números para todo, incluso para ir y venir de Dios. El ingenioso trazado de la huerta ha sido disimulado, tapado por el verde, los dátiles, los nísperos, los albaricoques, los jazmines, las cañas, el agua misma, fingiendo al pasar por las acequias una libertad que aquí no tiene ; pero al mismo tiempo, todo ese verdor esconde un encanto de… problema. Partiendo de la ciudad existe un paseo único, el Malecón, que se adentra en el mar de la huerta para darnos la clave del artificio sutil de Murcia, artificio no siempre árabe, sino chino también, o sea, más apagado, menos lujurioso, con menos ansia de felicidad que lo árabe.// Quien traza estas líneas no puede o no quiere decir más sobre Murcia ; ha tropezado con su propia vida, perdiendo esa actitud de espectador que le parece indispensable en estas anotaciones. Comprende que al hablar de Salzillo, por ejemplo, no lograría hacerse entender, ya que ese modestísimo escultor del XVIII, rococó y amanerado, es para él mucho más que un gran artista : es casi una mañana, una mañana entera y grande de Murcia, una mañana llena de rosas y de moscas, llena de polvo vivo, no polvo de ruinas ni de abandono, sino de ese polvo murciano que es como una primavera, un florecer ; al hablar de las cúpulas de cerámica azul de las iglesias, tendría que decir que fueron para él, en agosto, como una agua consoladora, un alivio fresco, unas violetas que llevarse a los párpados por la luz. Y todo en su terrible subjetividad parecería un disparate, o acaso algo peor, un autorretrato impertinente”. Es precioso este texto, y dice más de lo que dice, se puede casi sentir infinito. Es precioso el trazado de lo que es Murcia, y cómo nos lo explica, y luego cómo nos dice lo que es para él, y en qué consiste este ser así para él y sólo para él. lugar del principio, y lugar también sólo de uno -que es sólo así para uno, sólo para él esto significa y es de esta manera. Y esto que es para él, nos acaba por decir, por serlo en su terrible subjetividad -entiendo que terrible es aquí también fatal-, “parecería un disparate, o acaso algo peor, un autorretrato impertinente”. Es decir, no se comprendería en lo que es, no lo comprendería otra persona -lo que es y significa para uno-, y esto lo hace parecer un disparate, y a la vez, aún en esta posible o segura incomprensión por parte de los otros de lo que es y significa para uno, esto que para nosotros es a la vez es lo que nosotros somos, es lo que nos dice, lo que hay dentro de nosotros, es por ello nuestro autorretrato -y aquí el impertinente entiendo también viene quizá a decir lo poco comprensible o esperable que resulta y es para los otros. La subjetividad, el sentir único y personalísimo de uno, que hace que el lugar y lo que nos dice sea sólo de él y distinto, personalísimo. Como no puede ser para otro. Veíamos que Pla nos decía que había que sentir el lugar al que vamos -lo decía, en principio, de Grecia- desde nuestra sensibilidad personal, que esto era lo que importaba, y que en todo caso los libros había que haberlos leído antes. Luego sólo queda la sensibilidad, y es con lo que hemos de ir a un lugar -a sentirlo, y como sólo nosotros podemos sentirlo. Vuelvo a recordar sus palabras, que eran éstas : “Per això no crec que s’hagi d’anar a Grècia per ensinistrar-se a fer cara de savi. No és probablement prudent de sobrecarregar de cultura el que ja n’està excessivament sobrecarregat. Cal eliminar el guix i el cartó mastegat de les circumvolucions cerebrals. Els llibres s’han d’haver llegit abans. L’important és la visió directa, la llibertat -intel.ligible fins on sigui possible- de la sensibilitat humana”.

 

Los libros, sí, hay que haberlos leído antes. Así lo hago yo ahora con Murcia, a la que voy, y la busco en los textos de Ramón Gaya. No sé qué veré, qué respiraré. Respiro y siento ya a Murcia desde la memoria y sensibilidad personalísima de Ramón Gaya. Así ya ahora me acompaña. Y es ejemplo de cómo se va, se ha de ir a los lugares, y cómo éstos nos hablan y qué nos dicen y son para nosotros lo que el pintor y escritor del 27 nos dice de Murcia y de su primer recuerdo e imagen ligado a la naturaleza. Cómo vamos y hemos de ir y acercarnos a nuestros lugares -a los lugares que son nuestros, para nosotros. El otro día, en la presentación del libro de Venecia en el Ateneo Barcelonés, y por ser un lugar, y un lugar que me une a Ramón Gaya, aunque Venecia es siempre distinta y particularísima, y lo es también como lugar -pues no es una ciudad sino un ser, como sabe sentirla así y decirnos Ramón Gaya, y lo recordé-, hablé algo de estas cuestiones. De los lugares, de lo que son para nosotros, de lo que nos dicen y cómo a ellos vamos, y qué en ellos encontramos, podemos encontrar. Dije que podía establecerse una semejanza entre cómo entendía la lectura Marcel Proust y cómo se puede entender el viaje y desde luego lo entiendo yo. Proust dice que todo lector es, cuando lee, el lector de sí mismo. Así lo dice en la Recherche. Y en unas páginas que dedicó a la lectura nos dice que ésta es o puede ser la iniciadora que tiene las llaves mágicas que nos permiten acceder a estancias de nuestro interior a las que no habríamos podido llegar solos. Pero estas estancias estaban ya en nuestro interior, nosotros las teníamos dentro. Pero no hubiéramos llegado solos, nos ha llevado a ellas la lectura. Como la lectura, el viaje, decía aquel día. Tal como yo lo entiendo. Para mostrar que es ésta una idea antigua y muy arraigada en mí dije que está ya en un poema de 1988 y que se encuentra en mi segundo libro, Ética confirmada, titulado “Vuelta”, que empieza diciendo “Nadie hay más iluso que el viajante”, por la razón que luego se afirma y sustenta esto : “Porque todo viaje es por el alma”. Y hay un poema en La poesía es un fondo de agua marina que habla del viaje, de cómo encontramos lo que ya tenemos dentro, y habla de Italia y Francia como lugares propios y por tanto que exceptuar por ya ser y sentirlos tuyos. Éste es el poema, que leí : “ITALIA Y FRANCIA, LA ESPADA Y LA CAMPANA,/ lugares donde respirar y donde estar,/ más exactamente, estar en casa./ Viajar es siempre falso. No se viaja./ No escapa uno de sí mismo/ ni encuentra nada que no esté ya en sus adentros/ ni habrá lugar en que le esperen misterios/ sino estaba ya para ellos predispuesto./ Viajar no es nada. No se viaja./ Dentro de uno mismo la vida ya se cumple/ y se realiza. El adentro es embrión,/ es latido, es semilla. Tierra única./ Más Italia y Francia y el Mediterráneo/ antiguo y libre (porque el mar es siempre libre)/ y el amor y los veranos y los tiempos que recuerdo/ como infancias todavía respiradas/ en el libre aire de la noche/ que no aúlla. Italia, Francia, el amor,/ tu alma y tu cara. Por encima,/ debajo, sobre, siempre en las palabras”. El Mediterráneo, y Europa. En todo caso, como decía, encuentras lo que ya tienes dentro, y si no lo tienes ya puedes leer un libro o ir a Venecia que no lo encontrarás. Del Mediterráneo escribía estos días, e Italia y Francia son lugares propios, y lo es toda Europa. A Europa está dedicado otro poema de este libro, La poesía es un fondo de agua marina, que así dice : “EUROPA. ESTÁ EN MI SANGRE. ITALIA Y FRANCIA/ en mis primeros apellidos. Pero no sólo Italia y Francia : Europa toda, el brumoso norte y la tierra eslava,/ la vieja Centroeuropa, Inglaterra, Escocia, Alemania, el Mediterráneo/ más recóndito y primero de Albania, donde las tres culturas aún alientan,/ y nuestra madre Grecia. Europa. Tierra pero también espíritu,/ leyenda, una comunidad natural de corazones y respiros,/ una fuerza, quizá un destino. Europa está en mi sangre,/ en mi sangre me llama, la puebla y la convoca,/ en sus latidos, en su curso. De ella soy, a ella siento/ en esta Barcelona vieja que en Europa es modesta/ pero en ella se ovilla, y la atraviesa. Cataluña/ también antigua y cierta,/ España valiente y triste,/ como un fruto de sí misma desprendida/ y desparramada por el mundo. Europa. Tantas/ historias, tanto arte, tiempo, belleza y palabras./ A Europa en cada golpe de la sangre siento./ Hacia ella voy, ella me llama. Es lo que soy,/ lo que entiendo. Es exactamente/ adonde pertenezco”. En un precioso ensayo, titulado “La poesia di Santiago Montobbio tra Assurdi principi veri e un Fondo d’acqua marina”, publicado en el número 45 de Studi di Letteratura Ispano-americana (Bulzoni Editore, Roma, 2012), Giuseppe Bellini dedica un párrafo a los lugares y cómo los siento yo en mi poesía, cómo están vistos y sentidos, y que es de una increíble finura y penetración, porque parece que en él está ya todo dicho, como señalaba el otro día. Dice así : “Sono motivi che percorrono anche tutta la nuova raccolta, La poesía es un fondo de agua marina, dove il discorso poetico si svincola dalle preziosità proprie della poesia colta per crearne di proprie, legate alla vicenda concreta del vivere quotidiano, come le evocazioni dei luoghi frequentati giornalmente dal poeta, per nulla impreziositi dalla retorica ; un bar, una via, una piazza, prospettive di edifici in sé più o meno ricchi d’arte, ma interpretati con semplicità discorsiva, in quanto ciò che importa, al modo stesso delle esperienze in altri luoghi geografici -tra essi l’Italia, la Francia e, in senso ampio, l’Europa- sono unicamente i segni di un essistere che attraversa momenti diversi, evocazioni familiri remote e recenti, espressione sempre di una personale sensibilità e filosofia della vita”. Tras estas palabras de Bellini decir, como dije el otro día, que es maravilloso tener esta capacidad de pensamiento y esta penetración y finura en el pensamiento. Italia, Francia, Europa. Lugares que pueden ser más o menos ricos de arte, pero que están sentidos en lo que importa, y esto es en lo íntimo. Porque la manera en que se sienten y se dicen da fe y transmite “una personale sensibilità i filosofia della vita”. Me explicaba al respecto un poco el otro día. Recordaba que en una presentación que de una selección de poemas de este libro -La poesía es un fondo de agua marina- que José Corredor-Matheos publicó en el número de febrero de 2012 en la revista El Ciervo indicaba : “Se atiende igual a cosas sencillas, como objetos creados por el hombre : “Un extintor que está en la pared muy a la vista” ; una biblioteca, con “la vida en ellos compartida” ; una moneda “que puede ser luz o ser paloma”. Todo tiene la misma importancia. No hay, a pesar de la diferencia de tamaño o supuesto prestigio, nada más y más importante que cualquier otra cosa. Hay humildad en esta manera de contemplar el mundo, y una sabiduría antigua, y apreciamos la manera como se entrelazan las referencias al mundo actual y las dedicadas a la Antigüedad. Porque el poeta, por más que hable de lo que tiene delante en el aquí y el ahora, está viéndolo fuera del espacio y el tiempo”. Así nos lo viene a decir Bellini, quien nos habla de estos lugares que pueden ser más o menos ricos de arte pero que se sienten y significan en lo que importa y también de calles y cafés. Así en Venecia, en Roma, ciudades con lugares extraordinarios de arte, que por supuesto también están, pero en los que se atiende y adquieren un gran protagonismo una taberna romana que encuentro de aire barcelonés que está junto a Piazza Farnese y es de una señora mayor o el establecimiento del último impresor de Venecia, y otros lugares y detalles sentidos con igual intensidad y a los que se les otorga en el sentir la misma importancia que a otros relevantes en su arte, que también la tienen. Pero a veces estos lugares que son ricos de arte pueden importarnos y significar especialmente para nosotros por algo también de cariz personal. Mercè Boixareu, que fue Directora del Campus Nordeste de la UNED y Vicerrectora de esta Universidad en la que soy profesor desde hace muchísimos años en su Centro de Barcelona, en el que presentó mis libros y mi poesía en diversas ocasiones, como también en la sede histórica de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles en Madrid, y que sé aprecia de verdad, me decía cómo le agradaba y sorprendía encontrar en un poema las campanas de la iglesia de la Concepción, y me explicaba que a ella le llevaban a su niñez, a su tiempo de colegio, pues desde él, que estaba cerca, escuchaban sus campanas, y eran para ellas, para las niñas del colegio, la medida del tiempo -cuando acababan o empezaban las clases o el recreo. La iglesia de la Concepción tiene un claustro gótico, que se trasladó allí de un edificio que fue derruido cuando la ampliación de la Vía Layetana. Así que es un sitio rico de arte, si empleamos la expresión de Bellini. Pero su aparición en un poema no importaba a esta filóloga y profesora amiga más por este arte, ni esto le evocaba, sino que le evocaba su niñez y el colegio. Recuerdo que en uno de las ocasiones en que presentó uno de mis libros en la sede de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles en Madrid, estábamos reunidos y charlábamos un rato antes con su Secretario-Director General, con mi madre y Mercè Boixareu y algunas amigas. Mercè Boixareu y mi madre descubrieron que habían nacido en la misma manzana del Paseo San Juan. Hablaban de confiterías, y distinguían entre a la que se iba de modo más diario, que estaba en el mismo chaflán de la casa en que nació mi madre, y otra, cuyo local aún existe, y que reservaban para ocasiones más especiales. Otro día Mercè Boixareu me decía que ella también compraba dulces en la pastelería Oliva, como leyó hacíamos con mi madre en un poema. Que le hacía gracia hacerlo. Porque lo había hecho siempre, y de niña. También por esto lo hacíamos nosotros, aunque estaba ya algo caída -pero los postres seguían siendo buenísimos-, y lamentablemente ha cerrado. Pero con mi madre comprábamos dulces los domingos tras salir de los Carmelitas, como hacíamos cuando vivíamos en la Diagonal. Nos gustaba que estuviera como entonces estaba, hace tantos años. Esto también le agradaba a Mercè Boixareu, y por esto compraba dulces en esta pastelería, y así me lo dijo. Los lugares que son nuestros, lugares modestos e íntimos, de la vida diaria a veces. Los lugares que aún están como estaban. Me fijaba siempre que en esta manzana del Paseo San Juan había una ferretería que ya estaba cuando nació mi madre, y aún está. Tiene un comentario simpático en la cristalera que anima a pasear por la ciudad a los barceloneses y una foto del resultado de un bombardeo. Una de las primeras bombas sobre Barcelona cayó en la casa de mi madre. Ella recordaba andar sobre cristales. Los barcos buscaban la Elizalde, pero no afinaban bien. El sereno dio el aviso, y murió. La prensa dijo que no había habido víctimas, pero no era cierto. Así que tengo una memoria personal, transmitida por mi madre, de esas bombas allí. Sitios que aún hay o ha habido hasta hace nada y a los que mi madre iba. El sábado por la tarde su madre iba a buscarla al colegio y al salir merendaban en la Granja Vendrell y luego compraban material escolar, cuadernos y algún libro en la Librería Papelería del chaflán con Consejo de Ciento. Si era para lecturas más serias, iban a otra librería, que ya no está pero hay una librería en ese sitio. La Granja Vendrell ha estado hasta hace nada. Siempre decíamos de ir con mi madre. Leímos en La Vanguardia que la cerraban. Avisaron con tiempo, pero los días pasaban, y acertamos a ir el último día, el día antes de que cerraran con mi madre -fuimos y tomamos un chocolate y no dijimos nada. Luego mi madre quiso ir a ver la casa en que nació -y que tiene el escudo de su familia en la puerta. Lo he recordado este tiempo. Creo que es la última vez que estuvo en ella a pie de calle, porque otras veces sí la vio, pues la veíamos al pasar en coche de vuelta de haber ido al mar. Porque vino la pandemia y el encierro y quedó roto todo. Escribí de ese cierre de la Granja Vendrell, de lo que significaba, de la Barcelona que se iba. Aún está la Librería Papelería en que mi madre compraba los cuadernos, y es de la misma familia. Continúa. Entré un día y vi que tenían unas bonitas libretas para escribir, y que son como las que me convienen. Pensé que compraría varias para los días de Murcia. Las estuve mirando, y les dije que ya volvería a comprar varias, y así ya lo he hecho. Ahora las compraré allí.

 

(Entre paréntesis, para matizar e insistir : Se sienten las cosas desde la sensibilidad, desde la intimidad. Nos lo ha dicho Pla en relación a Grecia, en sus sutiles palabras lo dice Giuseppe Bellini. Que desde esta perspectiva y sentir muy personales se sienten en mi poesía los lugares y las cosas -y las personas. Se sienten como se sienten en la poesía. Antonio Gamoneda dice que la poesía es antes sensible que inteligible, o, dicho de otra manera, es inteligible a causa de sus valores sensibles y a través de ellos. Se puede o no sentir la poesía. Lo recordaba también el otro día en la presentación de mi libro en el Ateneo. Recordaba las bellísimas palabras de Borges en su conferencia “La poesía” : “Así he enseñado, ateniéndome al hecho estético, que no requiere ser definido. El hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos ?”. Y que podíamos decir esta tarde, ya que estábamos entre amigos (y expresando mis excusas por así hacerlo a mi compañera de la UNED allí presente, a la que agradecía mucho que estuviera), las que siguen a éstas. Porque nos dice a continuación Borges : “Hay personas que sienten escasamente la poesía ; generalmente se dedican a enseñarla”. Así se sienten los lugares y las cosas y las personas en mi poesía. Como hemos de sentir la poesía. Así, desde la sensibilidad se ha de sentir y llegarte y comprender una obra literaria o de arte. Sin esta capacidad, sin estas condiciones de sensibilidad, una alta razón no basta para la comprensión. Vimos y dije aquel día ejemplos de ello. Y, como la poesía, desde la poesía, sentir los lugares. Así hemos de dejar que nos lleguen y los hemos de sentir, de un modo único, personalísimo. Lo dice Ramón Gaya en las bellísimas palabras que he transcrito respecto a Murcia y los huertos, lugares de su principio).

 

Lugares que son un principio, lugares a los que por esta razón a ellos se va, y se va de una especial manera. Así los huertos de Murcia para Ramón Gaya. Es para mí también una memoria personal esta región. Mi bisabuelo materno, el abuelo de mi madre, Andrés Monche Ríos, era de Mazarrón. Vino a Barcelona como ingeniero para hacer una importante ampliación del puerto de Barcelona, se casó con mi bisabuela y se quedó aquí. Ella se quedó viuda joven y con ocho hijos. Mi madre decía que hablaba de su marido -Andrés me decía…- como si estuviera vivo ayer, y era verdad. También yo así pude verlo, pues vivió largos años y la tratamos y conocimos bien. Este bisabuelo hizo también el puerto de Tarragona y de Valencia, y Garraf -que es una obra fina de artista. Más joven hizo el célebre cable inglés de Almería, que es una imagen de la ciudad. Mi madre no estuvo nunca en Mazarrón, ni mi abuela ni mi bisabuela. De parte de la familia, alguien, pero no los más próximos. No he ido nunca a Murcia, y ya que ahora voy pienso en ir a Mazarrón el día siguiente de la presentación en el Museo Ramón Gaya. Una prima de mi madre me mandó un artículo publicado hace años en La Verdad en que se explica que el Museo de la ciudad -de Mazarrón- es la que fue casa solariega de su familia, los Monche-Ríos. Así que podré verla. Y dar un paseo. He quedado a comer un arroz junto al mar con Eloy Sánchez Rosillo en Puerto de Mazarrón, donde él está. Amigo de Ramón Gaya, recuerda su amistad en un poema, como recuerda a su madre en un poema que leyó en una lectura que hizo en una librería de Barcelona -la Nollegiu-, a la que muy gentil me invitó y a la que con mucho gusto asistí. El que le presentaba indicó que había perdido a su padre cuando era muy joven y que en compensación y a cambio tuvo a su madre mucho tiempo. Eloy dijo que así era, y a la vez que nunca es demasiado tiempo. Para una madre. Para tener a una madre y estar con una madre. Recuerdo que se lo comenté a mi madre en casa. Todo se cierra y se concluye, y a la vez todo se abre. Queda abierto a la vida y la esperanza. Tal era y querría mi madre.

 

Lugares de Ramón Gaya. Murcia. Lugares de su principio. Una rama de nisperero. Otros lugares y memorias que quiero leer. Veo el texto de María Victoria de los Ángeles, que he de leer sin falta, y de la que hay una exposición en su Museo y que allí veré. El de una visita al Museo de Murcia. Después del texto de Murcia en Balcón español hay un breve texto dedicado a Orihuela, que sí leo y me recuerda cuánto le gustaban a mi padre las novelas de Gabriel Miró, y que yo he leído muchas de ellas en los libros que él tenía. Así dice el texto : “Sólo estamos aquí de paso. Ya es Alicante y todavía es Murcia. Orihuela, como todas las pequeñas ciudades del interior, es un nido de novelería, de novelería cerrada, ahogada, de balcones adentro. Las novelas de Gabriel Miró parecen nacidas detrás de unos visillos, ya que se utiliza en ellas una realidad que sólo ha sido… espiada. Por eso sus novelas -magníficas como escritura- no tienen centro, espina central, sino que son siempre carne suelta, inorgánica, informe aún. Toda esa carnosidad, toda esa “gordura” (como diría el propio Miró) no es la novela todavía, sino lo novelesco. En un pueblo se sabe todo sobre sus habitantes, pero se sabe todo por suposición, por reconstrucción, ya que los hechos mismos suceden siempre a puerta cerrada. Miró no pudo realizarse -con su prosa única- como gran novelista porque nunca logró ser testigo presencial de todo eso que, sin embargo, siente muy bien ; todo parece llegarle fragmentado, murmurado ; es, pues, como un vecino chismoso, muy sensible, eso sí.// Dentro de las casas de Orihuela nos parece oír un hormigueo extraño, tapado, de un novelismo que duerme de una acción que vive su siesta, su paralizado verano de Levante. Un paisaje moruno, amansado por el atardecer, nos detendrá un momento ; el río, fangoso, terroso, sucio como un camino, puede darnos, con ayuda de la hora, una dulzona sensación de ópalo. Todo lo áspero del día desemboca en un oasis tierno, lírico, incluso un poco cursi, de postal iluminada ; entonces, la realidad, dueña de su equilibrio, levanta del pecho de la huerta una respiración de ajos, de pimientos, de tomates”. El sur, el particular sur de Ramón Gaya, Orihuela, Murcia, Huerto del Conde. El oriente del que viene la cultura. Y lugares que nos unen y sentimos como propios y de los que hemos escrito. Italia y Francia. Venecia, Roma. He de volver a leer lo que escribe de estos lugares Ramón Gaya, y lo que escribe de arte y de pintura y de literatura, y leer sus poemas. De momento recuerdo dos momentos extraordinarios y que sentí como tales en su escribir y que he de buscar. Uno se refiere a la madre como lugar, y único lugar en que sería posible, aceptable morir, y es un pensamiento escrito en Roma. Y el otro se refiere a Roma, y en él ve y siente al Tíber como un abrazo materno. Voy a buscar estos pensamientos extraordinarios, que me llamaron la atención y leí en su día a mi madre, y traerlos aquí. Así lo hago y aquí están. Escribe en el primero que refiero Ramón Gaya : “Mi madre no era para mí una persona, sino un lugar, un lugar seguro ; perdido ese lugar, uno va dando bandazos de un sitio a otro, sin sitio, sin donde caernos muertos. Todo el terror de la muerte desaparecería si pudiéramos morir en los brazos de nuestra madre ; sería ése el momento en que más necesitaríamos tenerla a nuestro lado”. Y su segunda anotación o pensamiento que he comentado es éste : “El Tevere, a su paso por Roma, es como un extendido brazo materno”. Y ahora leer lo que escribió y sintió y supo decir y pensar, llegar a decir y pensar el pintor del 27. Y lo haré, y con gran gusto. Con alegría y placer. Tengo estos días, y un largo viaje en tren.

 

 

Barcelona, 8 y 9 de abril de 2024

 

 

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