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La poesía y la luz y la lucidez en la luz de Ramón Gaya (Santiago Montobbio)
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 Article publié le 19 juin 2022.

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“La realidad no es más que un punto de partida, claro, pero no hacia una estilización -como se pensó en nuestro momento-, sino hacia una trascendencia” he leído en Ramón Gaya, y lo recuerdo al leer una anotación que me llama la atención, y por esto sobre ello he escrito. (Y lo pongo entre paréntesis. Es lo que sigue : ““Baño en el mar”, pone como única anotación -quiero decir que es todo el contenido de ésta- Ramón Gaya de un día en Barcelona. E igual anotación escribe al día siguiente, indicando que este baño en el mar se da en Llavaneras -muy cerca. Al día siguiente, u otro, pero es la anotación siguiente, señala que la única actualidad de España es el mar. Es algo que le veré repetir -perdón, sobre lo que le veré insistir, de acuerdo con su distinción muy acertada- en otra anotación, perfilándola más, ahondando más en ella. Me llama la atención que éste sea todo el contenido de su anotación, pero a la vez me parece bastante. Quizá me llama la atención porque el viernes fue mi primer baño en el mar de este año -en L’Estartit-, y hoy martes he insistido en ello. Creo que en esa anotación un poco más completa -más ahondando en ella misma- Ramón Gaya habla del misterio del mar. Puede ser. Tendría que buscarla. En todo caso el mar es un misterio, y en este sentido cabe entender que es lo único que aún tiene actualidad. Aún está vivo -en el misterio. Así también sucede con las anotaciones y pensamientos de Ramón Gaya que he tenido el placer de releer estos días. Quiero leer algún texto final de este libro estupendo y, por fin, otra vez los poemas. Ya iré leyendo otros de los libros que contiene este libro estupendo, magnífico, que es el tomo de su obra completa. Quiero leer estos textos y quizá quiera algo decir de los que este libro es y de su escribir. Escribir es, como el mar, la única actualidad, porque es lo único que sigue en su misterio y en él permanece imprevisible y vivo”). Recuerdo este pensamiento de la realidad como punto de partida también ayer tarde, cuando estoy leyendo este libro con su obra completa. Estamos en la terraza de casa y mi madre me invita a observar el cielo -por su belleza, siempre imprevista belleza. Creo que lo he escrito en algún poema, en algún poema que ha surgido entre la lectura de Ramón Gaya. En ese momento acabo de leer el con justicia recordado texto “Roca española”, dedicado al Prado -y a la pintura española-, y estoy en el texto “Autorretrato”. Son las palabras que dijo en la presentación de su libro Diario de un pintor. Sobre la presentación de éste dice en otro momento algo significativo, y este momento -el lugar es Barcelona- es justo el que precede a la anotación sobre el mar. Dice Ramón Gaya : “Publicar el libro me ha dejado más libre ; ahora puedo partir desde algo ya fijado, desde algo que no estaba muy seguro de haber dicho”. Está bien. A partir de lo que él ha dicho podemos pensar y sentir y decir muchas cosas. Lo que escribió es también un punto de partida -y también hacia una trascendencia. Es una maravillosa realidad. A la que pudimos acceder de modo completo a través de la estupenda edición de su obra escrita en un solo tomo el año 2010. Me encanta esta edición, porque me parece que encaja, condice con la riqueza del contenido. Es estupendo poder llevar en un libro de tan alto contenido, de tanta riqueza y profundidad, de tantas perspectivas y pensamientos, de tanta luz. Reunida la obra que escribió en este libro Ramón Gaya es algo que permitió comprender la aportación singular, valiosísima y de primer orden que esta obra es. Una obra cumbre entre las del 27, y a la vez muy universal y como fuera del tiempo. Sólo del pensar y del arte. Este libro me cautivó, y que fuera tan de mi agrado lo muestra el que me complaciera en regalarlo a varias personas. Para hacerles un bien -el bien preciado que es este libro y lo que contiene, lo que es. No sé si lo apreciaron en su dimensión y su valor. En mi intención estaba el ofrecerlo, el invitar a él. He llevado este libro para releerlo algún verano, pero no lo he releído. Leía hace unos veranos el tomo complementario de Cartas a sus amigos, que compré con ilusión en el mismo momento en que salió pero tardé un tiempo en leer. No como el de la Obra completa, que fue un descubrimiento par mí y me deslumbró y acompañó con su inteligencia y su lucidez, el pozo profundo y como inacabable de aciertos que es. Me ha hecho recordar a Ramón Gaya el que el autor del prólogo a las Crónicas literarias de Corpus Barga -que es Arturo Ramoneda Salas- trajera su testimonio sobre éste, y cómo supo trasladarle el misterio y magia únicos de Venecia. Y pensé otra vez en releerlo. Así lo hago estos días en el campo. Empiezo por un texto emblemático, “Tropiezo y contrariedad de la belleza (Tramonto romano)”, al que me referí en la Real Academia de España en Roma en lo que fue la presentación de mi libro La antigua luz de la poesía y mi participación dentro del programa del Festival Remover Roma con Santiago, y dije que lo había visto colgado en el Café Greco, y en ese momento supe que esto había sido así por iniciativa de Ion de la Riva, quien me había invitado muy gentil a estar allí. Leo este espléndido, maravilloso texto, las “Anotaciones del forastero” que le siguen y luego las que constituyen Diario de un pintor y las que continúan a éste. Quiero leer las otras anotaciones, que hay más al final del volumen, pero tras las que continúan al Diario de un pintor se encuentran los poemas, y pienso que quiero leerlos. Y los leo. Es una maravilla encontrarlos. Y pienso que he de releerlos, volverlos a leer tras leer lo que haya leído de este rico, casi infinito volumen. Que no será todo. Aunque ya leeré lo que me quede por leer en otro momento -me lo prometo (a mí mismo me lo prometo). Hay una razón en esta intención, en el deseo de así hacerlo, y es que al leer los poemas, algunos de sus sonetos espléndidos -y otros poemas-, me resulta claro y se me pone desde ellos de manifiesto que la raíz y la razón de su sentir, su comprensión y capacidad de desentrañar es poética. Viene de la poesía. Leeré en “Roca española” la importancia destacada con que privilegia en España a la pintura, así se puede en este texto leer : “La pintura española (Berruguete, Ribera, Zurbarán, Velázquez, Murillo y Goya) no puede, ni con mucho, presentar un índice como puede presentarlo la poesía española (Cantar del Mio Cid, Berceo, Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, El Lazarillo, Hurtado de Mendoza, Gil Vicente, La Celestina, Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Lope, Cervantes, Góngora, Quevedo, Gracián, Calderón), y sin embargo, se siente que es la pintura y no la poesía la que puede ofrecer… un suelo, es decir, una especie de seguridad. Hay en todo lo español una especie de hambre, de hambre amorosa si se quiere, que es en la pintura en donde parece quedar más satisfecha. Si España no hubiese pintado -como no han pintado Alemania ni Francia- España sería un país más hambriento, más famélico, más frenético, más absurdo, más loco ; el sentimiento pictórico le ha dado a España como una cordura de mucho peso, equilibradora”. Pero creo que el suelo, la tierra y el aire que son la obra que escribió viene de la poesía. En ella hay que buscar, como he dicho, su raíz y su razón, y que pueda ser así, un poco como él nos dice que la luz pasa a ser pensamiento, como le parece que así sucede, puede suceder en un atardecer en Venecia : “Atardecer intenso. Después la fachada de San Giorgio teñida de ese sol último que parece estar al borde de algo ; como si el día viniese descuidadamente, confiadamente, y ahora, al final, la luz tuviera una especie de reflexión ; como si pasara de ser vida a ser pensamiento”. Escribe esta reflexión, este sentimiento tiene -y pensamiento- en Venecia, y continúa a él esta línea : “Creo que debería insistir sobre este tema”. Y aquí me encuentro yo insistiendo con él en este tema, mas en un aspecto singular, concretísimo, en que me parece podemos pensar se da y se encarna y así decirlo, y es en su percepción y en su escribir, la cristalización en él de ésta. Porque así sucede con el pensar y el escribir de Ramón Gaya, sí, y es por esto que puede así pasar. Por la poesía. A pesar de este fiel de la balanza que en su juicio hemos visto inclina a favor de la pintura, creo que en él es la poesía quien se encarna y crea, le hace ver y sentir y comprender el ser de las cosas, así desentrañarlo -y con ello, a la vez, en su ser entrañarlas. Por esto quiero volver a sus poemas al terminar de leer lo que de este libro lea, y siento no han de defraudarme en esta vuelta -esta relectura-, sino sentirlos, como ya me han parecido, que se pueden sentir como una clave de bóveda de todo lo que Ramón Gaya escribió, y que si algo he de decir como raíz y razón de su escribir y la percepción y sutileza finísima que manifiesta, algo he de destacar y dar como urdimbre de esta obra que se reparte y suma en textos de formas, temas, asuntos y enfoques múltiples y distintos es la poesía y la luz y la lucidez en la luz de Ramón Gaya.

 

Hay algo sobre este pensamiento -esta luz que se encarna y pasa a ser pensamiento, en una transfiguración o alquimia en la que está detrás la poesía, que sólo puede permitir la poesía-, y nos lo puede explicar el mismo Ramón Gaya en esta anotación -que reflexiona y tiene presente precisamente a sus anotaciones- : “El punto de partenza y de arrivo no puede ser sino el pensamiento. Por eso encuentran (algunos) que no desarrollo mis ideas suficientemente, y llevarían razón si se tratara de ideas y no de pensamiento. Pero el pensamiento no tiene desarrollo, se formula, se expresa, eso sí, lo más claramente posible, pero no se explica”. Es difícil acercarse al misterio, explicar lo inexplicable, decir lo que sólo en lo profundo puede sentirse, como algo verdadero y oscuro. Todo esto nos lo dice también, lo sé, a su manera magistral y brillante Ramón Gaya. El último texto que leo es el que cierra el libro, titulado “Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica)”, del que tenía un recuerdo espléndido y por esto dejo para el final y de ningún modo me defrauda. Es un texto de una riqueza conceptual, de una originalidad, de una lucidez y una verdad que podría ser ejemplo de lo que aporta en su escribir y su pensar Ramón Gaya -y que este pensar es, de hecho, luz que ha pasado a ser pensar, lo cual es algo que ha permitido, sólo ha podido permitir y dejar que así fuera la poesía. La luz de la poesía. Sería difícil dar noticia de esta verdad en su riqueza, como la contiene en sus matices este texto, pero siento que esta verdad condice con una anotación más escueta que Ramón Gaya dedica a Mozart en otro momento y puede acercárnosla : “El Don Juan de Mozart. Lo absurdo es creerlo y juzgarlo arte cuando es vida. Los críticos, delante de Mozart, no comprenden que no se trata de un músico ; Bach, Schubert, Wagner son músicos, pero no Mozart”. Antes de leer este texto he leído los que le preceden entre estos textos últimos, y que son “Final de destierro I”, “Final de destierro II”, “La vida entrecortada” y “Tres siglos en el Museo del Prado”. En este último Gaya cita los párrafos más sustantivos que ya se encontraban en “Roca española”, y me agrada la razón que da para permitir el paso a esta insistencia : “Entrar de nuevo en el Prado, a la vuelta de algunos años vividos en Italia, no es fácil. No es fácil ya que el Prado es un museo especialmente cerrado, apretado, duro como una roca. En Italia, por el contrario, las salas de un museo no son sino plazas públicas, calles fluidas, visibles.// Hace algún tiempo, encontrándome muy lejos de España, escribía unas líneas, que ahora quisiera, en parte al menos, reproducir aquí, y no por el gusto o regusto de citarme a mí mismo (como podría, de mala fe, pensarse), sino por la sencilla razón de que para decir o entredecir aquello que nos resulta un tanto difícil de expresar, apenas disponemos de una precaria, aproximada, pobre manera única”. Leo estos textos finales antes de releer los poemas, pero antes he leído otros, lo decía. Tras “Roca española” y “Autorretrato” leo “La frente del atardecer”, un tema del que tanto habría que decir, sobre lo que Gaya de él dice. Transcribiré el párrafo que había subrayado en mi primera lectura : “Siempre, claro está, me atrajo ese instante decisivo del atardecer, y no sólo por su consabida e infalible belleza (que una de las muchas actitudes cobardes del arte moderno ha pretendido relegar a los cromos, a los malos cuadros y a los malos poemas), sino porque sospechara que se producía en él una… transfiguración”. Y tras los textos finales, y el último texto, que recordaba espléndido y así me lo vuelve a parecer, me dispongo a leer otra vez los poemas.

 

He visto que hay, de manera suelta, quiero decir que no han sido incluidos en sus libros y conjuntos de poemas pero sí se encuentran en su Obra completa, unos “Poemas en prosa”, y voy a buscarlos y los leo. Están fechados en Murcia en 1927 -fecha clave- y me traen la memoria y el arte de ese tiempo. Quizá, seguramente se publicaron en el suplemento literario de La Verdad, en que tantas cosas primeras del 27 aparecieron. Me trae también ese tiempo un poema fechado en España en 1934 y que abre el segundo libro de poemas, titulado “La calma del esposo”. Estos versos finales del primer poema del primer libro, titulado “Hermosura en la guerra” : “Yo no sé si consuelas,/ hermosura, o nos dueles”. Son magníficos los “Seis sonetos de un Diario”, fechados en México en 1939 y que se abren con el dedicado “A una verdad”, en diálogo con Luis Cernuda y tras llevar como epígrafe unos preciosos y célebres versos suyos (“No es el amor quien muere,/ Somos nosotros mismos”). Espléndidos también los cinco poemas siguientes : “Al silencio”, “Al sufrimiento”, “A Dios”, “A la lámpara”, “A mis amigos”. En “Ocho poemas imprecisos” (México, 1943-1948) puede apreciarse cuán perfilado es el decir de Ramón Gaya. Quiero decir que aun siendo propio de su tiempo, pudiendo encajar perfectamente estos poemas entre los poemas de los poetas del 27 -sobre todo de algunos de ellos-, destacan por su claridad y su precisión. Son como diáfanos. Leo el final del último de ellos, titulado “Vuelto hacia sí” :

 

Conocer una cosa

es igual que alejarnos,

es perderla del todo,

destruirla en las manos.

 

Y de pronto, se sabe

que hay ventanas adentro,

que hay un brote, un origen

acallado en el pecho.

 

Vuelve a ser ignorancia,

vuelve a ser como un huerto.

 

 

Aquí algo sobre el conocer y sobre el comprender y sobre este punto de arranque, este brote, este origen, como dice aquí. Y que está adentro, y que yo también pienso que es, para su escribir y su pensar, la poesía. Sigue el precioso soneto “El Tevere a su paso por Roma” (Roma, 1974), y a continuación el poema titulado “Tiziano”. Empieza así :

 

Su pincel va tocando

los enigmas que escucha

y un secreto instrumento

se diría que pulsa.

 

Y le arranca sonidos

-un sonar de laguna-,

aquí un toque, allí un dejo,

un silencio de música.

 

Son muchas las anotaciones y los pensamientos de Ramón Gaya que me llamaron la atención y me han acompañado siempre desde que los leí por primera vez. Algunos los he recordado en ocasiones. Ahora, al releerlo, los reencuentro, y encuentro otros que no recordaba o recordaba menos. Dice aquí en poema -en este poema- algo que ha dicho en una anotación que me ha agradado especialmente y aquí transcribo : “El arpa : El artista le arranca a la realidad… sonidos, música.// El artista no copia, no quiere copiar la realidad, ni dar una imagen de la realidad, ni una visión exaltada de la realidad, ni imaginativa, ni fiel ; tampoco quiere interpretar un sentido oculto de la realidad, extraer de la realidad un significado -aunque esto sea lo más aproximado a la verdad- ; el artista legítimo, auténtico, busca arrancarle a la realidad un sonido que encierra, sí, ese significado oculto que ya se sospechaba, pero sin revelarlo, sin explicarlo. El artista se acerca a la realidad como un arpa”. Nos lo dice en este poema de Tiziano. También dice este poema de la pintura, pues con estos versos acaba :

 

El pincel no precisa,

no repinta, no hurga ;

va dejando las cosas

en sí mismas, oscuras.

 

Algo nos dice también en este poema que nos ha dicho con lucidez en una anotación, bueno, de hecho, en varias, de manera insistente en su decir y en su pensar. Pero que nos lo diga aquí, en este poema, en estos versos, con esta nitidez, con este carácter como incontestable y definitivo, me hace pensar que en verdad podemos sentir sus poemas como una clave de bóveda de su escribir. Estos versos últimos me hacen pensar en esta anotación : “La criatura del arte debe ser comprendida en su oscuridad, con su oscuridad comprendida, implícita e intacta”. Así en la anotación, así en los versos del poema. Que no están solos. Quiero decir que se acompañan y sostienen con otros. Leo en el siguiente poema, titulado “Velázquez”, y con el subtítulo de “Soneto con estrambote en prosa”, justo en los dos versos últimos del penúltimo terceto : “¿Sólo ha sido copiada y respetada/ la sorda piel del mundo aquí presente ?”. Y aquí el último terceto : “Parece que estuviera -bien pintada-/ la simple realidad indiferente ;/ pero el Alma está adentro, agazapada”. Lo he leído antes en las anotaciones, nos lo ha dicho antes ya -yo no me repito, insisto, como dice en otra que me ha acompañado siempre. Estos dos versos con que acaba el penúltimo terceto me ha hecho pensar en esta anotación, que me ha llamado la atención al releerla estos días : “Si la realidad no fuese, no tuviese superficie, no podríamos, nosotros, ser profundos ; se nos da esa oportunidad : entrar en una corteza y descubrir una savia positiva”. Así es, como también es y lo dice en el poema. Esta realidad, así empezaba al escribir estas líneas que a Ramón Gaya y su escribir y la poesía de su escribir dedico, no es más que un punto de partida, “claro, pero no hacia una estilización -como se pensó en nuestro momento-, sino hacia una trascendencia”. Y ésta es la anotación que le sigue, y en la que ya me fijé con atención en su día : “La realidad no es, apenas, nada en sí misma, es sólo una proposición de otra cosa, una invitación a otra cosa”. Nos lo dice también en los poemas. Nos lo ha dicho también en unas tajantes y profundas líneas sucesivas en otra anotación, que he recordado a veces y me han acompañado siempre : “Yo no me repito, insisto.// Lo que es perfecto es que es falso.// Sólo la mediocridad es perfecta siempre.// La verdad es oscura”. Cuánto está dicho aquí, en estas líneas. Cuánto también en los poemas. No hay desnivel, pero sí trasvase, comunión. Más que nada nos lo puede mostrar este soneto, que se explica en prosa -en lo que podamos entender por explicarse-, y el principio de ésta condice con lo que estoy señalando. Así nos dice en él Ramón Gaya : “Eso que nos parece estar escondido, agazapado detrás de la realidad del mundo y detrás de la realidad velazqueña, más que el alma, es un Algo, un “algo” que sólo nos es dado percibir (cuando lo percibimos) como por una especie de transparencia, a través del cuerpo compacto de la realidad”.

 

Sigo leyendo los poemas de Ramón Gaya, y los disfruto. Llego al célebre “De pintor a pintor”, magnífico, y que está precedido por una frase de Tiziano (“El atardecer es la hora de la pintura”), que dio título a la gran exposición que dedicaron a Ramón Gaya en la Pedrera, en Barcelona, en mi ciudad, y que le faltó poco para inaugurarla en vida, y que me hizo apreciarlo tanto. Después, para terminar el libro Algunos poemas, “Para El Crepúsculo de Michelangelo”, tres sonetos escritos en Florencia en 1980. Y después el libro Otros poemas. Me alegra y disfruto releyéndolos, y me agrada pensar que en los poemas de Ramón Gaya se encuentra una suerte de clave de bóveda de su percepción y su escritura, y que esto no es una licencia sino que responde a una verdad profunda, y es que esta percepción y su traslado en la escritura tienen también un punto de partida que lleva hacia una trascendencia, una raíz y una razón, y es la poesía y la luz de la poesía y la lucidez en esta luz. Quiero terminar estas palabras que dedico a Ramón Gaya por ello mismo con uno de sus poemas. Elijo el último de este libro, Otros poemas, que cierra un apartado final de poemas inéditos que el espléndido poeta, escritor y pintor escribió en Florencia en 1980 y se titula “Para el crepúsculo”. No sólo el título sino los versos con que está hecho hacen también que lo sintamos como altamente significativo :

 

 

PARA EL CREPÚSCULO

 

Es un Algo que vive,

que es hermoso sin serlo,

que es de todos, de todos,

pero acaso no es nuestro.

 

Es igual que un enigma

-pero no es un secreto-

está aquí, entre los vivos :

no nos sirve el saberlo.

 

Está aquí, casi existe

-se le siente en silencio-

nos esquiva constante,

pero es fiel como un perro.

 

Es un algo que es libre

sin salir de aquí dentro.

 

Florencia, 1980

 

 

Sant Jordi Desvalls, 8 de junio de 2022

 

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