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En el metro del Madrid de antes
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 Article publié le 24 janvier 2016.

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Mi amigo Corusco, que tiene inmensa virtud de adúltero, marido de abreviado matrimonio, aunque la esposa le diera tres hijos, me cuenta de sus antiguos exhibicionismos por la capital del reino.
 Me dice que en alguno de los vagones del metro de Sol, La Latina, Diego de León, El Batán y Campamento, él mostraba, desde lejos, su adúltero hueso a jóvenes doncellas y mujeres, para él todas putas, que viajaban.
 Mostraba tanta virtud en ello, que cubría su miembro con condones de colores, que no se vendían en España, y que le traían de Londres.
 También, pero "menos veces", como él dice, frente a un colegio de chicos y chicas enseñaba su rabo para desarmar su inocente malicia.
 Un día, para saber si era cierto lo que hacía, le seguí en un vagón contiguo al suyo, desde donde, oculto, le veía. Y era cierto : Parecía un machicuerno, saludador de cuerno, que se abría el chaquetón, el abrigo o la gabardina, enseñando el pene erecto a quienes lo veían.
 Algunas comenzaban a reír al verlo y él se empobrecía y cambiaba rápido de vagón. Otras, se tapaban los ojos con las manos, sus dedos medio abiertos. Unas comentaron "eso es un hueso" ; otras, que "es la cabeza de una serpiente que echa veneno" ; otras, que es "un palulú rematado con pelos, que las amantes se rinden a su meneo" ; otras, que "es la médula de un gusano" ; otras que "es la calva melancólica de un cabrón que se marchita".
 Un día, el jefe de puertas del vagón primero, le dijo : "Por favor, no enseñe eso ; es de muy mal gusto". Advertido, salía corriendo como perro con rabo entre los huevos.
¿Y por qué haces esto ?, le pregunté yo.
 Me contestó :

- Cuando joven estudiante, vi algún que otro exhibicionista subirse a la pared del patio de recreo de mi colegio y, entre las verjas, enseñaba su elevado miembro ; pero, nosotros, advertidos por el colegio, nos reíamos de él a carcajada pelada, haciéndole muecas y estantiguas, echando él a correr despavorido.
 También, desde el quinto piso de mi casa en Cuatro Vientos, veíamos todos los domingo y días festivos, a las doce de la mañana, a un hombre masturbarse junto a la pared. Esto duró hasta que un día, unos desaprensivos del barrio, le echaron a patadas, como a un perro.

- Y entonces ¿qué ?, le pregunto.

- Pues que me quedó el gusanillo por saber qué siente uno de estos. Además, que un día que viajaba yo en el Metro para ir a la Gran Vía, hubo un brusco movimiento del tren, que nos hizo tambalear y caer a muchos, y yo, intentando agarrarme a algo, me agarré a la picha tiesa de uno de ellos.

- Ja,ja,ja, reí sin poder contenerme.

- Y eso que le grité : ¡pon esa mierda en la cueva de tu puta madre, no aquí, en el Metro¡

 

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