Margarita Cisneros era muy joven cuando comenzó a montar a caballo "trabuco en mano y sable en cintura", y elegía quien le montase a ella en las ceremonias del sexo sin penetración habido en las eras del pueblo.

Siempre le habían encantado las jácaras, romances alegres en que, por lo regular, se cuentan hechos famosos de bandoleros, de bandidos corretones de acá para allá por cortijos y corrales. Ella misma los cantaba. Ni se sabe cuántos besos gastara en besar las fotos antiguas de Diego Corrientes, el bandido generoso, o la de Francisco Esteban, el Guapo, y la de Paco, el Zalao, cuya cabeza hasta hace poco se exhibía por los alrededores de Sevilla metida en una jaula de hierro colocada en lo alto de un poste de la luz para escarmiento. También, besaba la foto de otro, como ella decía "bandolero del embuste y la mentira disfrazada de fe", el cura que de vez en cuando veía a la Puerta del Perdón en la Catedral de Sevilla , "pues es bien guapo".

Casada a la fuerza y violentada por su padre, que era costumbre en las Andalucías y Castillas, y por distraer las penas que le supuso dejar su primer novio que le pegaba, que no era bandolero, pero era un hijo de la gran puta y chupatintas, compuso esta coplilla :

Una tarde de verano
Me sacó padre a paseo
Y al revolver una esquina
Me encontré un novio nuevo.

De vuelta a la casa
Mi madre y hermanas salieron
Todas vestidas de enredos
Con los ojos encendidos
Y salivosa sonrisa corriendo.

Me cogieron de la mano
Con él me metieron dentro
Que me sentó sobre un camastro
Con colchón de hojas panochas
Y a la entrada de París
Me cortó del Chichi el pelo.

Lo que más sentí yo
No era de mi Chichi el pelo
Que era mi Ojete virginal
Pues le tenía ofrecido
Al más bello bandolero.

A este marido acabó matándole, haciéndole tragar un conejo con pelos y huesos, y por haberla hecho casar con él a la fuerza. También, tuvo un amante, a quien mató aplastándole la boca contra una plasta grande de excremento en el suelo, y porque, según decía, se limpiaba el culo con papelitos amarillos con el semblante de una muchacha a la que él quería, y que decía : "Salada, te quiero".

Cuentan que, cuando la detuvieron, la Inquisición o Régimen criminal de entonces le metieron un palo largo por el Coño que casi le salía por la lengua, haciendo ascos de dios y el diablo, y se confesó culpable, con palabras inexactas, de catorce asesinados hombres, a los que cortó sus erectos penes disecándolos y colocándoles en catorce caminos serpenteantes de la serranía de Ronda, entre montañas y sierras.

Margarita Cisneros, un poco tiempo después, murió a garrote, no sin antes dejar escrito en una hoja amarilla, cuando aún estaba entre rufianes, ladrones y gente maleante de buen ver, esta anécdota :

" Al verdugo y al cura más verdugo todavía :

Un día fui a visitar una casa de acogida o caridad, relatando las estrecheces y necesidades que mi familia padecía. Al preguntarme una Sor que cómo era que mi madre tantas veces paría, éramos catorce y podíamos haber sido dieciséis, yo le respondí con la misma respuesta que le dio mi madre a otra Hermana, y que es esta : "Pero, Sor, si esto es lo único caliente que entra en mi cuerpo". Y que me cago en vuestras putísimas madres y más putísimos padres, y me cago en dios".

Daniel de Cullá