“¡Te oigo mirar, Mator ! — ¿Qué haría sin ti, Mescal ?” Se ríe. El sol matando a la calle. Una cortina revolotea. Olor a piel. “¡Qué silencio !” La silla va y viene. Las ruedas rechinan. Enlosado de oro. Yo, tumbado en el umbral, ojos cerrados para oír bien. Finos tintineos de cristales. Voces del sueño. Pasa. “¡Quien eres tú ?” ¡Yo que sé ! Uno de esos. “¡Esos ? — Los que no hablan de ti… — ¿Hablan de mí… ? ¿Qué dicen ? — Cosas… — ¿Cosas de qué… ? — Tu manera…” Sonríe. Blancura. La punta de la lengua chupa un dedo. “¡Qué pupa !” A ver esta rosa, con el cielo blanco y la sombra azul de las paredes, me vienen ideas de lo que podría hacer con el color. “¿Quién es ? — Soy yo… — ¿Tú ? — La de al lado… — ¡Mator ! ¡Mator ! ¡Mator ! Ya te he dicho que la proximidad no tiene sentido.” Ella me mira : “¿Qué quiere decir este ? — No te conoce como te conozco, así que… — Una pared nos separa, chica. Por poco, el sueño se vuelve realidad. Y eso, cada noche desde…” Ella se encoge de hombros. Va descalzada. Sus pies en la sombra. Y baja la calle hasta encontrar a alguien tan meticuloso como ella. “Este tipo me da asco. — Esta enfermedad consiste en… — ¡No me lo digas, Mator !” Acariciar para descubrir la profundidad. Fuente sin aguas. Árbol sin frutos. Camino sin huellas. Y de repente, el sol y la ausencia de sombra, la imposibilidad de sombra… “Los amigos siempre tienen algo en común, ¿no ? — ¡Sí !” De vuelta a casa, entro en otra sombra. “Duermo”, dice Mescal. Un minuto más y va a preguntarme lo que acabo de ocurrir a su sueño. “No es un sueño, Mescalito… Ella existe de verdad… La toqué… — ¡La tocaste ! ¡Te atreviste a tocar a mi invención total ! No eres mi hijo, ¡Mator ! — Si no lo soy… Tú no tienes hijos… Con lo que te dan para aliviar tu dolor… — ¡Dolor ! ¡Este placer !”