Nuevo día, nuevo poema. O : nuevo poema, nuevo día. Mejor. Así puedo multiplicar los días sin disminuir mi poesía. Mescal, un personaje que inventé un día de zozobra, no se levantaba sin pensar que tenía la clave, la buena, y que le faltaba la cerradura. No hacía de poeta para ganarse la vida, claro. Iba a su trabajo con la llave en el bolsillo sin cesar de pensar en este maldito mecanismo. Conocía bien a esta ciencia, pero sin practicar. Practicaba, pero en otro dominio. En el tren (treinta minutos hasta el final) buscaba un rostro cualquiera y lo miraba hasta reventar de celos. Y reventaba. Un minuto antes de bajar. El andén estaba plagado de mescales. Ida sin vuelta. Y así cada día laborable. Solito. Hambriento. Chupaba golosinas. De color. Muchos colores. Adhesivos a grapar. “Hola, Mescal, ¿qué tal te ha ido con… ?” Conversaciones. Encontraba una idea y la notaba en su bloc. Discretamente. Lápiz muy graso. Dibujaba el donante. Los ojos primero. En passant. “¡Si no soy yo !” Sí, que eres tú. Una mujer coloca su cabeza sobre su hombro. “No, soy yo…” La cerradura. Debía abrir una puerta. No podía ser cualquiera puerta. Siempre entrarás solo, pensó. No podemos vivir juntos. Estamos dentro o fuera. Nos miramos, lo que no supone una convivencia. Mira, Mescal (pensó), la llave, la tienes, ¡y bien encogida ! Lo que te falta es una mujer. Escribir poemas que nadie lee no es poesía. Una sola mujer puede dar sentido a tu poesía. Dos, mejor. Una llave basta para abrir las puertas. ¡Se parecen tanto ! ¡Y conocía a tantas mujeres ! Lo que pasa, explicó, es que solo una pone su barbilla sobre mi hombro, tan cerca de mi mejilla que el deseo me inspira. Palabras del despertar. ¡Esa sí que sería una poesía de puta madre !