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Article publié le 17 mai 2010. oOo EL ROSTRO poema de OSCAR PORTELA Un hombre cansado pule interminablemente la lápida con la que el tiempo, inexorablemente premia los frutos del deseo, acaricia las calcinadas violetas de la razón, crecidas al borde de un violento verano : ese soy yo, un muerto que presagia las nostálgicas campanadas de la muerte, embozado aún en la vida, desposado aún con los nombres, que velan secretamente la mascara mortuoria, el féretro donde duermo, también al margen de los álamos de un verano que pasó. Tal vez ayer, quizá una vez, los resplandores áureos me alcanzaron y alcé la mano en gesto de violar la sombra que pasa raudamente, el instante que quiere perpetuarse, escondido en los nombres, y una rama de mirto, bajo un cielo estrellado colmó de dicha el modulo de la razón que hiere, pero en vano los testimonios de la memoria recogen hoy las hojas del otoño y ahora exigen piadosamente ser sepultadas junto al muerto que canta para vos, para el muerto que canta por tú boca y aún respira por tus raíces, cruel poesía. Porqué yo, porque el desnudo dios burlándose en las sombras del afán de absolutos alzados hacia el cielo, crucificados por el azul del cielo, porqué el rostro que ya no quiere reflejarse en las miradas pero prolonga aún la agonía de días cargados de presagios, de aromas y de silbos penetrantes, soñados, sí, soñados para escarnio del hombre que día a día pule la imagen de su muerte. Si nada importa ya, ni el pentagrama ni las escalas de la voz del castrado, si vacío está el cielo y calcinadas las violetas del sueño de la razón, concluída la obra y el compromiso de decir, o el ardiente deseo de encontrarte dormido en mí, encarnado y desnudo como un niño, desamparado como un niño, tú, palabra fijada en la osadía de los sueños. Incansablemente un hombre, día tras día pule la imagen de su muerte. Vive, para burla del dios que lo entregó al lenguaje, canta, para mejor sembrar en muerte la palabra que le será devuelta, alguna vez devuelta, cuando descansé en paz bajo el sonido áspero del álamo, ya sin sombra y sin hojas, en el desierto pánico del mundo. « */ del libro "La memoria de Laquesis". » |
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