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 Article publié le 14 avril 2009.

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Arqueologías
Ulises Varsovia

De : Arqueologías - 2007 - inédito

Afrodita de Melos
(Venus de Milo)

Déjame tocar tu piel y quemarme,
déjame acariciar tu cuerpo
con mi mirada de varón en celo
trepando las gradas de la fiebre,
consumido en tus besos de piedra.

Mudo y pasmado estoy en tu presencia,
indestructible ícono de mármol
revoloteando por siglos y milenios
en la conciencia de la humanidad,
en el subconsciente de la idea de arte.

En un duro bloque de fría materia,
te buscó el aprendiz de creador
armado de un soplo de metal,
día tras día y noche tras noche
fue escarbando en los velos del misterio,
y al final de la séptima aurora
emergió tu cuerpo desde la luz
petrificado en su propia belleza.

Bella como ninguna diosa
tu forma triunfal semidesnuda,
torcida en la curvatura invicta
donde el pubis esconde su secreto
bajo un follaje de pliegues textiles.

Qué importa que tus hermosos brazos
cayeran al pozo de los siglos,
si la turgencia idéntica del pecho
eleva sus llamas paralelas,
y corren dos ríos de agua pura
más allá de la sed y de los labios.

Sólo al genio griego le fue concedido
arrancar de un frío bloque de materia
un cuerpo de ansiedad inconsumible,
un rostro de olímpicas líneas faciales,
un monumento de luz y de mármol
a la belleza, Afrodita de Melos.


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Cabeza de Hera

De tu imperturbable belleza
podrían escribírsete, Hera,
decenas de himnos y alabanzas,
¡de tal modo consiguió el artista
esculpir la idea de tu semblante,
siguiendo el impulso de un estro
transmitido por los mismos dioses !

Miro tu efigie de rasgos perfectos,
tu nariz recta sobre la boca
separando con suma maestría
en dos mitades simétricas el rostro,
las ondas delicadas de tu pelo
fluyendo en orden desde la frente,
tus labios callados mencionando
palabras que nunca escucharemos,
tus ojos de perfecta simetría.

En ésta, tu noble cabeza,
ha alcanzado por fin la escultura
su momento de plena maestría :
la intachable gravedad del clásico.

Ningún rasgo de tus finas líneas
escapa al control del cincelado :
cada elemento está en su sitio
expresando sólo aquello que la mano
del artista quiso que expresara :
dominio total sobre sí mismo,
ninguna expresion de sentimiento.

Cientos de años esperó en el mármol
esta cabeza de líneas perfectas,
a que el demiurgo alcanzara en el tiempo
la perfección de su maestría :
hoy te observamos, y pareciera
que sonrieran tus ansiados labios
desde su mutismo olímpico.


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Discóforo

Si hemos de buscar en tu legado
una escultura que, siendo clásica,
rompa todos los ejes, y mantenga
no obstante el equilibrio del volumen
en torno a un centro de gravedad,
es ese tu Discóforo, Hélade.

El escultor captó aquí al atleta
en el momento en que la contorsión
del cuerpo ha llegado al límite,
y se apresta a lanzar el disco :
el brazo derecho de extiende hacia atrás,
el izquierdo se balancea en el aire
buscando el punto de equilibrio,
como acontece también con las piernas,
que buscan la perfecta posición,
en tanto que el torso ha girado
en casi ciento ochenta grados,
y la cabeza se inclina hacia el suelo
presta a girar violentamente
cuando el disco haya sido despedido.

Uno se pregunta cuántas veces
debió Mirón realizar el intento
hasta que cuajara la escultura,
¡tan osada y llena de obstáculos
era la empresa que acometía !

Porque no sólo se trataba de hallar
las coordenadas del movimiento
y el desplace de los volúmenes
en el bloque de mármol intocado,
sino también de esculpir las formas
prácticamente en el aire,
sin un eje fijo de contención.

Lo genial de todo este conjunto,
es que la masa depone su peso
no sobre la pierna, como pareciera,
sino sobre el nudo de la contorsión.


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Esfinge

Algo intrínsecamente extraño,
algo indefinible te circunda,
y te confiere una atmósfera
de casi impenetrable misterio
que no logra romper tu sonrisa,
esfinge votiva mutilada.

¿Eres tal vez la que en los caminos
venía al atardecer, cayendo
desde regiones inaccesibles,
y sometía a tardíos viajeros
a sus inextricables enigmas ?

¿Fuiste tú, tal vez, la que, insistente,
detuvo el paso del joven Edipo
y le expuso su obscuro acertijo,
amenazándole con llevarle
 a la región de las sombras largas ?

Te miro y no logro penetrarte,
adivino en ti un ser venido
desde la profundidad del caos,
o del Hades, tan llena de mudez
tu figura alada apostada
al paso de los lentos siglos.

Tal vez dentro de tu híbrido ser
tiene lugar la lucha gigante
entre el ser humano y el león,
o te condenó el viejo padre Zeus
a vagar por las rutas de Grecia
buscando tu perdida identidad.

Porque no eres, escucha, frío mármol
mirándome inmóvil desde el tiempo,
ni un ser fabuloso salido
de la mente febril de los antiguos,
sino la encantadora de poetas
envuelta en eterno misterio.


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Laocoonte

Después de diez años de sitio,
los dioses habían decidido
que Troya fuera destruída.

A tal efecto determinaron
que los griegpos marcharan a sus naves
simulando el regreso a la patria,
y en supuesta gratitud a sus dioses
construyeron un enorme caballo
de madera, que abandonaron
frente a las fuertes murallas de Ilión.

Como ya se hubieran ido las naves,
pensando que nada debían temer,
determinaron los troyanos
introducir el caballo en la ciudad,
y celebrar con él la gran fiesta
por el término del asedio.

Sólo uno no estuvo de acuerdo
e intentó oponerse : Laocoonte,
sacerdote del templo de Apolo.

Primero con razonamientos
trató de disuadir a los suyos
de introducir el caballo en Troya,
y como no le hicieran caso
arrojó una lanza a la barriga
del enorme caballo de madera,
que produjo un seco sonido.

Ante lo cual la diosa Atenea
hizo surgir de las olas del mar
una enorme serpiente marina,
que se enrrolló en torno a los cuerpos
de Laocoonte y de sus hijos
estrangulándolos, y con ello
sellando el destino de la polis.

Muchos siglos después de estos hechos,
en el helenismo tardío,
un demiurgo vaciaría en bronce
en Pérgamo el singular suplicio
del sacerdote y sus vástagos,
obra maestra de la cual nos queda
solo una buena copia de mármol
en el Museo del Vaticano.

Allí estuve, y en verdad grandiosa
y trágica es la imagen del padre
debatiéndose junto a sus hijos
por ir contra el deseo de los dioses.

Consumación del arte helenístico :
aquí se rompen todos los preceptos
de sobriedad, gravedad y medida
tan caros al estilo clásico :
Laocoonte retuerce su cuerpo
y prorrumpe en gritos de dolor
arrollado por la gran serpiente,
y lo mismo sucede con los hijos :
ruptura de los ejes y del canon,
desorden de los volúmenes
arrancados de su centro vector.

La composición está aunada, claro,
en torno a la figura central
del sacerdote gimiendo de dolor,
a cuyos lados las figuras
de los hijos también se retuercen,
arrojando el conjunto un cuadro
de barroquismo exagerado
por el dominio de los entrelazos
y la constante de la curvatura.

La cabeza de Laocoonte
está poblada de barba y cabellos,
y perfectamente trabajada
en el sentido de la tendencia.
También los músculos y los ijares,
e incluso las venas de los miembros
han sido bien reproducidos.

En cuanto a las figuras laterales,
sincronizan perfectamente
con el barroquismo del conjunto,
las proporciones están guardadas,
y el artista ha realizado prodigios
al esculpir con tal maestría
en una posición tan difícil.

Laocoonte aparece sentado,
y en parte también la figura izquierda,
no así, en cambio, la de la derecha,
de modo que, en última instancia,
el elemento aglutinante,
que le da unidad y consistencia
al conjunto es la enorme serpiente,
que une y mantiene fijos los cuerpos.

La escultura es una obra maestra
dentro de los límites del helenismo,
el ritmo de los volúmenes concuerda,
el contrapunto barroco es perfecto,
el escultor logra tal maestría
y tal diversidad de formas,
arrancadas de un bloque de mármol,
que asombra el que lo haya logrado.


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Príncipe de los lirios

De entre todas las bellas figuras
que los frescos de Knossos nos deparan,
elijo tu actitud soberana,
tu natural despliegue de nobleza,
hermoso príncipe de los lirios.

Esbelto y fino, en la flor de tus años,
diriges tus gráciles pasos, tal vez,
a la sala central del trono,
a que la nobleza allí reunida
mire, admire y rinda tributo
a tu porte de joven semidiós
coronado de plumas y de lirios.

De tu elegante ademán principesco
dimana el sol, sus rayos dorados,
y pareciera que guías su carro
ascendiendo triunfal por la aurora,
derramándote en resplandores.

De seguro que habrás existido,
y eras uno más de los donceles
cuya figura privilegiada
extasiaba la vista de las doncellas
en la Creta del rey sempiterno.

Dime cuáles eran tus dioses,
a qué divinidad sacrificabas,
y de qué ambrosia te alimentaron
para crecer semejante a Apolo
y eternizarte en la flor de tus años.

Al sitio de tu palacio fui,
y recorrí su intrincado sistema
buscándote, oh joven amigo,
y cuando de pronto ante mí apareció
tu esbelta figura principesca,
supe que no eras, que mentía el pintor,
y que irrepetible, cual Faetonte,
se yergue en Heraclión tu forma insigne.

Ulises Varsovia
De : Arqueologías (2007)
(inédito)

 

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