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Article publié le 17 avril 2022. oOo IV
Nunca sabrás que tu alma va viajando conmigo,
Que ha tomado tu rostro la belleza del mundo,
Nunca sabrás que tu alma siguió con quien te ama,
Dulce antorcha, tus rayos, brasero fiel, tu llama,
Siete poemas para una muerta Marguerite Yourcenar (Bruselas -Bélgica-, 8 de junio de 1903 - Mount Desert Island -Estados Unidos-, 17 de diciembre de 1987)
T.S. Eliot y Juan Rulfo cantaron la condición fantasmal del ser humano que habita entre los muertos, el ser entre seres desconocidos que parecen vivos y cristaliza ecos, imágenes, reflejos venidos de otros lugares y otros tiempos. Marguerite Yourcenar reconoce la fuerza implacable y misteriosa del vacío inconmensurable que nos borra y nos llena de sentido, pero no ubica sus versos en una populosa metrópoli ni en una deshabitada ranchería, sino en el yerto cuerpo concreto del ser amado, donde la devastación es una ola infatigable, indiferente al llanto del amante. Desorbitada ante la presencia de un cuerpo sin voz y sin gestos, impotente ante el hecho de que ya no responde a su dolor, inalcanzable a su deseo, el objeto de su amor es el latido de lo que fue y permanece ausente y mudo. Aferrada al doloroso aleteo de ese efímero milagro, Marguerite Yourcenar coloca ramitas de resignación y elevadas verdades en la frente de la angustia, penando de amor el cuello de la desesperanza, para hacer posible lo imposible y aceptar lo inaceptable. Patricia Damiano
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