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Gaitán Durán Y Alvarado Tenorio - por Gabriel Restrepo Forero
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 Article publié le 17 janvier 2015.

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Espejo de Máscaras condensa su trayectoria como poeta. El volumen tiene como epígrafe una línea de F. L. von Hardenberg : « La vida es una enfermedad del espíritu ». Según relató Alvarado Tenorio al autor de este pre-texto, las palabras de Novalis le fueron sugeridas por Jorge Luis Borges. Acaso, aquella escogencia (¿quién escoge a quién ?) forma parte de : « Los juegos memorables y eternos de tu maestro Borges ». En poesía, no hay nada superfluo. Todo está cifrado. Nada responde a la contingencia. Las ciencias exactas deberían rendir tributo de admiración a la medida de ese lenguaje desmesurado de la poesía.

Pues bien, no por azar, me parece, un epígrafe de Novalis antecede a otra obra poética colombiana. La cita de Jorge Gaitán Duran en su extraordinario poemario Si mañana despierto (1961) es, por supuesto, distinta (no se trata de recitar). Extractada de los Diarios de Novalis, expresa, frente a la muerte de Sofía, su reviviscencia, como acto propio de la poesía que obra el milagro de recrear ésta presente ausencia.

La cita que Alvarado Tenorio tomó de su maestro y mediador, Borges, corresponde al numeral 163 de los Fragmente und Studien del minero de Freiberg : « Leben ist eine Krankheit des Geistes— ein leidenschaftiíches Tun ».[1] Escritos a finales del siglo dieciocho, entre el iluminismo y el romanticismo, los fragmentos podrían leerse, hoy, como la profecía del próximo milenio. Con todo, lo que importa en esta comparación es resaltar la afinidad en la coincidencia entre Gaitán Duran y Alvarado Tenorio.

En un inteligente comentario sobre la vida y obra del vallecaucano, uno de sus críticos destacó la auto comprensión crítica del poeta sobre lo angosto del horizonte político de su generación.

 

Ningún período de nuestra historia reciente —dice Alvarado Tenorio— ha sido más funesto para la juventud que el que se inició con la caída del partido liberal y que tuvo como desenlace el cuarto de siglo que conocemos como Frente Nacional.

 

Parte del drama de esa historia pudo ser la trágica y prematura muerte de Jorge Gaitán Duran, el fundador de Mito. Una muerte que parecía presagiada por él mismo, como quiera que formaba la metáfora más privilegiada de su propia poesía.

En una combinación poco usual, la de poeta y de ensayista sobre problemas nacionales, Jorge Gaitán Duran trazó en La revolución invisible (1959), el cuadro de problemas y de posibilidades en una encrucijada nacional que no se resolvió según su razonable utopía. Con lo cual, su muerte, aunque accidental, parecía coincidir con el fracaso de la opción civilizada que él anticipó, acaso, como el escenario de la década que ha comenzado.

No sé si Alvarado Tenorio conozca o haya releído este texto. Sin embargo, no quiero utilizarle para convocar a este ausente que tanto pesa. Me mueve, sin embargo, una sospecha : que el ausente se ha hecho presente por medio de Alvarado Tenorio.

Estas trasmutaciones no son extrañas en las escalas de la poesía, una en su variedad (Dante se figuraba conducido por Virgilio). Pero, en este caso, debe, si no probarse (algo imposible en las conjeturas de la crítica de lo verosímil), por lo menos hacerse plausible la afinidad.

 

A Silva, y, en escala menor, a Valencia, puede imputárseles una vocación universal de la poesía colombiana en el cambio de siglo. Viajaron en cuerpo y alma. Sobre ellos, León de Greiff, que ya venía de muchos recorridos, construyó su imaginería de las máscaras andantes. Un exilio de mente, el sueño propio, si se quiere, de una prisión, aquella libertad que Rousseau concebía como más radical y absoluta.

En esa tradición andariega, entre « las vegas del Zipa » y el mundo trasmontano, se puede ubicar ese espíritu cosmopolita de Gaitán Duran. Un cosmopolitismo, valga la verdad, ya menos tiznado del « rastaquerismo » que describe Silva en De Sobremesa. Pues aún el lector atento puede descubrir en el Diario (1950—1960) de Gaitán Durán, por ejemplo, las razones de la caída del Muro, en sus observaciones sobre la sociedad socialista, o puede escudriñar el advenimiento de una sociedad planetaria, o el anuncio de la irreversible afirmación del espíritu científico y técnico, o adivinar la nueva sensibilidad estética.

Pero, lo que interesa, en el caso de Gaitán Duran, es su avidez por asimilar la poesía en sus variedades. Como en Valencia, la excitación por el oriente es también particular, tal como lo revela su breviario : China (1952—1955). También lo es su atracción por el mundo griego, como se trasluce en ese formidable poema El regreso, que ilustra la metáfora de la propia muerte :

 

el regreso para morir es grande

(lo dijo con su aventura el rey de Itaca).

Más amo el sol de mi patria, el venado rojo que corre por los cerros.

 

Muy lejos de ser epígono (aún me sorprende la escasa conciencia de los críticos sobre esta correspondencia que trazo), Alvarado Tenorio se ha apoyado en lo mejor de esta tradición, que ya es, en él, una voracidad por lo universal. No forzada, como corresponde a un destino que lo ha puesto a padecer en las errancias como poeta en New York (¡tan bien vertidas en sus poemas !), pero, además, bien cultivada con la gracia de un traductor de T. S Eliot y de Kavafis, entre otros, y con la pasión de un lector, como pocos.

No hay ostentación del viaje, entre otras cosas, porque el viajero no olvida el punto de retorno (como en « El regreso », de Jorge Gaitán Duran), y porque la distancia y el sufrimiento obligan a repasar muchas veces las imágenes de la « propia » tierra, tan vivificadas por la nostalgia :

 

y cocinaban un buen sancocho con plátano hartón

y amplios trozos de carne en tres telas

 

con el anís había música de cuerda y canciones del país

(El ultraje de los años)

 

Pero, además, en tantas mudas, el espíritu yoico, como sucede con todo poeta que trasciende su máscara contingente, se ha perdido. El yo ya es « el otro, como postulara Rimbaud. Y una de las primeras claves que ha de aprender el lector de la poesía de Alvarado Tenorio, es la de descubrir las múltiples personas y pronombres que hablan por el poeta, o mejor, por la poesía, en el poema. No por azar, su libro se nomina con esa dualidad de dualidades : Espejo de Máscaras, como quien dice, espejo de apariencias, casa de ilusiones, reflexión de reflexiones.

 

 

El libertino y la revolución tituló Jorge Gaitán Duran un lúcido ensayo sobre el erotismo. Con el pretexto de Sade, llegaba a afirmar aquellas evidencias que los eufemismos, o los moralismos a ultranza, tan mal y con tan pocos resultados logran ocultar. Vale, en este caso, el riesgo de ser prolijo en la cita :

 

Comprendemos por qué en el ejercicio de la sexualidad no somos la misma persona que los demás ven en la calle o la oficina o e ! templo ; por qué la angustia y el horror nos invaden cuando descubrimos que somos ese desconocido que se desnuda y goza hasta el olvido de su ser y se revuelca como una bestia en la obscenidad y e ! orgasmo. Hemos tenido la sensación de que todos podemos ser casos extremos, de que en el mismo acto con que otorgamos la vida, con que desencadenamos el proceso de reproducción —aun en los marcos establecidos por la Iglesia o el Estado—, nos acercamos vertiginosamente al mal y a la muerte.

Hay quienes cierran entonces los ojos con miedo o náusea : unos pocos hemos elegido mantenerlos abiertos hasta el final, pero para ello necesitamos el alejamiento que se produce en la reflexión o en la literatura. El poema o el ensayo sobre las voluptuosidades perfectas se justifica porque nos proporciona la única posibilidad de vernos como si fuéramos los otros, como si los oíros nos sorprendieran en el amor.

 

El texto es muy revelador. Si no me equivoco, hasta Jorge Gaitán Duran la poesía, y la reflexión, habían mantenido un velo de pudor sobre el erotismo, velo que acaso —sí, la paradoja— venía a ser reforzado con una actitud iconoclasta por el carácter panfletario y más bien superfluo de Vargas Vila.

Ni siquiera la sociedad colombiana se había elevado a ese principio de la modernidad —tan decisivo para Kant—, expresado en la fábula de Mandeville, donde los vicios privados son virtudes públicas. En otros términos, a la consideración de que la naturaleza humana es una cosa, y la virtud, antes que un comienzo o principio del obrar del hombre, es una conquista del espíritu, tan difícil y tan precaria a veces, y, por lo mismo, tan valiosa.

En esta dimensión, la poesía y el ensayo de Gaitán Duran fueron revolucionarios. El acto de amor reclamaba sin tapujos su manifestación abierta. Era preciso ser audaz para proponerlo. Y Jorge Gaitán Durán mostró ese gesto heroico de la libertad en nuestro descubrimiento del erotismo.

El acto de amor, como bien se aprecia desde Freud, entraña también la pulsión de su negación. Presencia y ausencia. Esa linde entre vida y muerte, que es la propia del poeta. En la que se juega su vida. O su eternidad.

A esa luz, lo que haría el Nadaísmo no sería más que un juego, incluso un juego carente de reflexión. Una postura, no más, el signo del mimo, frente a la autoconciencia escindida de Jorge Gaitán Duran. En este sentido, tiene razón la crítica de Alvarado Tenorio al Nadaísmo, y su cierto desdén por lo que llama, para extremar, por supuesto, « la literatura de portero ».

Y esta crítica sugiere la proximidad de las nociones de erotismo en Gaitán Durán y Alvarado Tenorio. Una proximidad que, por supuesto, no podría negar la mayor libertad y riqueza del tratamiento de este tema por parte de Alvarado Tenorio. Mayor libertad, porque se atrevió a ser fiel a su destino, con todo el rostro equívoco y hasta cruel que el destino pueda mostrar al iniciado. Mayor riqueza, porque el nuevo poeta (adviértase una cierta distancia frente a eso de « los nuevos », pues al fin al cabo la juventud es la vejez del mundo) gana en hondura y amplitud expresiva, gracias a que puede alzarse sobre los hombros de gigantes. Libertad y riqueza, sí (¿por qué no decirlo ?) que también encierran el signo revolucionario de todos los erotismos, una inconformidad con la hipocresía, y acaso, un impulso hacia la virtud por la evocación de la caída, de la multiplicidad del deseo tan propia del poeta.

Porque la trasgresión sexual, la casi infinita pasión, el deseo librado de controles, se resuelven como memoria desgarrada en el poema. ¿Quién no recuerda la osadía de Quevedo, esa voluntariedad libre del español, tan cercana al infierno, como al cielo, contenida en esa coda del soneto : « polvo serás, más polvo enamorado » Hasta cierto punto, en Harold Alvarado Tenorio la cópula llega a ser el mismo poema. El acto de amor encarnado en la poesía, encierra, como quería Jorge Gaitán Durán, « el alejamiento que se produce en la reflexión o en la literatura ». O sea : el acto carnal se ha transformado en la ausencia presente :

 

De estos labios

que te festejaron

te escapas.

Como en la canción

que oímos en

Place Gerson

mis manos que vistieron

de oro tu alma

han envilecido.

Recuerda los Balenciaga,

el tufo de Chanel,

las medias, veladas,

y los cortos rosados de Dior.

Ah, y ese vino de aguja :

Blanquette de Limoux.

La herrumbre del tiempo

te repugna.

No así el metal

que en la puerta

repica.

 

El acto carnal, en la feria de las vanidades, en la casa de ilusiones, en la reflexión de reflexiones, se ha trasmutado en espíritu, en la memoria de la carne. Por lo mismo, el tiempo, o mejor, la eternidad se ha instalado en la juntura de las palabras, en la conjunción de los versos, en la yunta de las estrofas, en el matrimonio de los poemas. La cópula es el poema. Por ello, siempre hay que tener presente « A ese otro que ahora escribe » de Mientras cantas en honor de ti misma.

 

 

Todo esto nos sitúa apenas en el umbral de la comprensión de una obra, tan propia como la de Alvarado Tenorio. Una obra que se ha guiado por ese principio alquímico de Rimbaud : experimentar en sí mismo el desarreglo razonado de los sentidos, hasta alcanzar la visión.

Allí son un misterio el destino y el oficio del poeta. Porque su misión es imposible : perpetuar lo perecible en la experiencia humana. Contra la muerte, ofician el médico y el sacerdote. Cuando aquél es vencido, el sacerdote coloca la extremaunción de la poesía. Que es posible, porque el poeta, él mismo, es colocado en el exacto umbral entre la vida y la muerte. Al poeta, el destino ha confiado un don, a pocos dado por lo insoportable : la lucidez o la visión, propias de aquellos impulsados por un demonio irresistible a experimentar en ellos mismos la transgresión, pero más aún, a reflejarla en la obra.

Por eso, en una metáfora de la poesía, podría decirse que los poetas son un sólo poeta, y que son inenarrables las formas de filiación entre una y otra escala del verbo. Quien sospecha de estos caminos, podría pensar que un poeta de la estatura de Jorge Gaitán Duran ha renacido en otro poeta, Harold Alvarado Tenorio, no inferior en ningún caso a los talentos que el drama del destino ha querido cosechar, para nuestro beneficio, en una obra que apenas ha anunciado su exquisita polifonía. Una polifonía en la que hablan el sabio y el profeta : 

 

No hables. Calla. Mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren.

Confía sólo en los niños y los animales...

(Proverbios de uno llegado a los cuarenta)

 

El humorista a ultranza (Herencia), el místico, el soñador, el amigo, el coloquial, el desconocido, y el inconforme y radical. Una poesía que, en lo breve del haikú, o en lo extenso del relato o de la hipostasiada confesión, puede tocar todos los timbres de algo más que los cinco sentidos, con una imaginación para encarnar en sensibilidades heterogéneas y dibujar así la traza del hombre.

 

 

Más allá del ámbito erótico o místico de Jorge Gaitán Duran, la poesía de Alvarado Tenorio tiene, aquí y allá, un toque de develamiento crítico de la sociedad, de sus miserias, de sus vacuidades, de sus injusticias, de sus falsas valoraciones. Es algo que, por forma y por contenido, está más allá de las posturas de aquella « poesía de denuncia » que era un juego escolar o escolástico de los sesentas. Más que un tono marxista, diría yo, se nutre de un espíritu bíblico, incluso profético, de aquel espíritu levantado a Dios, que no vacilaba en zaherir la indiferencia frente a normas de elemental justicia humana.

El poeta, en su aguda sensibilidad, no puede ser indiferente a la injusticia. Además, de alguna manera es blanco prototípico de la injusticia, si se quiere por el hecho de que su comprensión de los otros, carece de reciprocidad (ante él, la sociedad interpone los exorcismos de la insularidad, los mecanismos de defensa de la risa o de la burla, el arbitrio del desconocimiento).

El poeta es, así, y se comprueba en Espejo de Máscaras, un guerrero o un profeta desarmado. Que, a diferencia de otros, nunca reclamará paz, amnistía, perdón u olvido. Porque el poeta, en acto solitario, seguirá en su duelo con su ángel o demonio, mientras en cualquier parte del mundo se crea en una paz falsa fundada en la injusticia. La del poeta, como en Harold Alvarado Tenorio, es una guerra desarmada, una guerra desalmada. Su lucha es cósmica, sobrepasa los acotamientos propios de los estados, las barreras de la lengua.

Pero, si no puede ofrecer paz al poeta, la sociedad por lo menos podría deponer frente a él la indiferencia. Que aquella contienda, no elegida, con el demonio del verbo, al menos pudiera suscitar, o la veneración, o al menos la piedad, de quienes han sido eximidos del hierro candente con que el destino marca a los poetas, esa gracia divina que, bien mirada, parece una condena, pues no sin pena se les asigna el oficio de traducir el mensaje cifrado de esa eterna y presente ausencia.

 

Gabriel Restrepo Forero

La Palabra y el Hombre, n° 77, Veracruz, enero-marzo 1991.

cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/1649/2/199177P183.pdf

Gabriel Restrepo Forero es profesor de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, presidente y vicepresidente de la Asociación Colombiana de Sociología. Ha publicado numerosos libros y ensayos en países como España, México, Venezuela, Brasil, Francia, Chile y Argentina.


workspace.infomaniak.com/mail/composeTo/_ftnref1" target="_blank" title="">[1] Fragmente und Studien : 1799-1800, en Novalis Werke, Munchen.1969. Edición de Gerhard Schulz.

 

 

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